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viernes, 14 de junio de 2019

Luy y Cielo, se nos ofrecen a todos.

Georges Benjamin Clemenceau tuvo una larga vida (1841-1919) en la que, sumido de lleno en la política (fue durante tres años primer ministro de la República Francesa), desplegó literatura y autoridad (le llamaban “El Tigre”) casi hasta su muerte.
Nos interesa en este lugar solo una anécdota como arranque de una reflexión sin duda oportuna.
Se cuenta que tenía su despacho de trabajo junto a una residencia de los Jesuitas en París (Lycée Saint-Louis de Gonzague) rue Benjamin Franklin seguramente. O en otro lugar. Da lo mismo.   
Y que las abundantes ramas de un venerable árbol de la residencia jesuita le quitaba la luz del día. Y como con la Iglesia no se hablaba, le pidió a un amigo que escribiese una carta al superior de los religiosos manifestando su problema. Y se taló el árbol.
En esta ocasión sí fue el mismo ilustre personaje el que escribió: «Querido Padre: No sé cómo daros las gracias por el favor que me habéis hecho. No os extrañéis de que os llame padre, porque me habéis dado luz…».
La respuesta del Jesuita fue esta: «Querido hijo: ¿Qué no hacer por el padre de la patria? El favor que os he hecho es bien poco (…). No os ofendáis si os llamo hijo porque se ha abierto el cielo…». 
La luz del cielo que se necesitaba y se pedía con tanto interés y el cielo para todos que se ofreció con absoluta generosidad son dos dones que se nos ofrecen a todos, que no siempre buscamos, que casi nunca apreciamos porque creemos que no nos hacen falta.
Pero para unos padres que dan luz y ofrecen cielo deben ser tesoros que no estén nunca ausentes de su propio corazón y del horizonte espiritual de los hijos.    
Pascua no es solo una gran Fiesta. Es para todos el remate de una vida luminosa que se abre con claridad de fe a los que inexorablemente tendrán al final de su camino el regalo del cielo. 

miércoles, 4 de octubre de 2017

Celebrar la Vida (2/2).

Cada día ese banco, además de abonar cuenta nueva, elimina lo restante del día anterior. Nunca queda saldo. Si no se usa el saldo del día, es uno mismo quien lo pierde. No se puede dar marcha atrás. No existen cargos a cuenta del ingreso del día siguiente. Se debe vivir el presente con el saldo de hoy. Y es por eso por lo que:

  • Para entender el valor de un año podemos preguntarle a algún estudiante que repitió curso.
  • Y para entender el valor de un mes le podemos preguntar a la madre que alumbró a un bebé prematuro.
  • Para entender el valor de una semana le preguntaremos al editor de un semanario.
  • Para entender el valor de una hora pueden ayudarnos los enamorados que esperan encontrarse muy pronto.
  • Para entender el valor de un minuto le preguntaremos al viajero que perdió el tren o el avión, justamente por un minuto de tiempo.
  • Para entender el valor de un segundo podemos preguntar a quien estuvo a punto de tener un accidente en un instante.
  • Para entender el valor de una milésima de segundo le preguntaremos al deportista que ganó por esa diferencia de tiempo la medalla de oro en unas Olimpiadas.

… Así es el tiempo.
Y por eso creo que podemos desearnos unos a otros que atesoremos cada momento que vivamos, y ese tesoro tendrá mucho más valor si lo compartimos con personas tan especiales como para dedicarnos su tiempo.
No lo olvidemos: el tiempo no espera a nadie, y lo que es más importante todavía: como creyentes sabemos que el tiempo es solo una medida, pero el don es justamente la vida misma, ese regalo maravilloso recibido por gratuidad, recibida como don de Dios, recibida para compartirla y ser, -en ese compartir- realmente felices.
Les deseo, amigos lectores, que no se nos vaya pasando la vida de cualquier manera. Una vez que se ha hecho la experiencia de vivir así, en profundidad, exprimiéndole todo lo que bello que encierra, -y a pesar de las dificultades que puedan darse-, es apasionante aceptar este reto.
 Que sean felices.
P. Ángel Fernández Artime

Rector Mayor 

viernes, 29 de septiembre de 2017

Celebrar la Vida (1/2).

Parece más que oportuno abrir la ventana de nuestra sencilla bitácora a las palabras que nos regala el Rector Mayor de los Salesianos sobre el tesoro del Tiempo. Va en dos partes sucesivas:    

En una buena parte del mundo el mes de septiembre es inicio de actividades académicas, y muchas familias organizan su vida en torno a esta realidad. En otras partes se sigue con el ritmo propio. Será el inicio del año nuevo el que determine los cambios. Pero en ambos casos, siempre se nos hace presente el cúmulo de posibilidades que se nos presentan. Y del modo más natural damos por supuesto que es normal amanecer cada día, disfrutar de buena salud, tener tantas oportunidades en la vida… pero no siempre es así ni lo es para todos.
Y es cierto que el tiempo, o mejor dicho la vida -que tiene como medida de la misma el tiempo-, encierran un cúmulo de posibilidades, realizaciones, vivencias…
Hace unos días, conversando con un laico octogenario, me daba el consejo de que viviera apasionadamente la vida, que la exprimiera como se exprime un limón o un racimo de uvas para sacarle el jugo. Lo decía él, un hombre con una excelente formación intelectual, académica y religiosa. Y no quería decir que se debiera vivir alocadamente de acá para allá, o buscando, por insatisfacción, esto o lo otro. Se refería, más bien, a ese apasionante ejercicio de ser dueño de la propia vida, ese regalo recibido con verdadero don por el Señor de la Vida.
Por eso vuelvo a mi alusión sobre el tiempo ofreciéndoles unas curiosidades acerca del tiempo y de sus posibilidades. La reflexión es la siguiente:
Imaginémonos que existe un banco que cada mañana abona en nuestra cuenta persona la cantidad de ochenta y seis mil cuatrocientos euros.
Este extraño banco no arrastra nuestro saldo de un día para otro, sino que cada noche borra, de nuestra cuenta personal, el saldo que no hemos gastado. 
Pues bien, cada uno de nosotros tenemos ese banco. Su nombre es ¡TIEMPO!

domingo, 24 de septiembre de 2017

El resumen de una vida.

La personalidad, vida y trabajos de Steve Jobs la conocemos bien. Se le atribuyen estas reflexiones en el final de su camino aquí abajo.
"He llegado a la cima del éxito en los negocios.
A los ojos de los demás, mi vida ha sido el símbolo del éxito.
Sin embargo, aparte del trabajo, tengo poca alegría. Finalmente, mi riqueza no es más que un hecho al que estoy acostumbrado.
En este momento, acostado en la cama del hospital y recordando toda mi vida, me doy cuenta de que todos los elogios y las riquezas de la que yo estaba tan orgulloso, se han convertido en algo insignificante ante la muerte inminente.
En la oscuridad, cuando miro las luces verdes del equipamiento para la respiración artificial y siento el zumbido de sus sonidos mecánicos, puedo sentir el aliento de la proximidad de la muerte que se me avecina.
Sólo ahora entiendo, una vez que uno acumula suficiente dinero para el resto de su vida, que tenemos que perseguir otros objetivos que no están relacionados con la riqueza.
Debe ser algo más importante: Por ejemplo, las historias de amor, el arte, los sueños de mi infancia...
No dejar de perseguir la riqueza, sólo puede convertir a una persona en un ser retorcido, igual que yo".

martes, 19 de septiembre de 2017

Al final... lo importante.

Dios nos ha formado de una manera que podemos sentir el amor en el corazón de cada uno de nosotros, y no ilusiones construidas por la fama ni el dinero que gané en mi vida, que no puedo llevarlos conmigo.
Solo puedo llevar conmigo los recuerdos que fueron fortalecidos por el amor.
Esta es la verdadera riqueza que te seguirá; te acompañará, te dará la fuerza y la luz para seguir adelante.
El amor puede viajar miles de millas y así la vida no tiene límites. Muévete adonde quieras ir. Esfuérzate para llegar hasta las metas que desea alcanzar. Todo está en tu corazón y en tus manos.
¿Cuál es la cama más cara del mundo? La cama de hospital.
Usted, si tiene dinero, puede contratar a alguien para conducir su coche, pero no puede contratar a alguien para que lleve su enfermedad en lugar de cargarla usted mismo.
Las cosas materiales perdidas se pueden encontrar. Pero hay una cosa que nunca se puede encontrar cuando se pierde: la vida.
Sea cual fuere la etapa de la vida en la que estamos en este momento, al final vamos a tener que enfrentar el día cuando la cortina caerá.
Haga tesoro en el amor para su familia, en el amor por su esposo o  esposa, en el amor por sus amigos...
Trátense bien y ocúpense del prójimo.

lunes, 3 de julio de 2017

Aborto: el mayor sin-sentido.

La parroquia de San Miguel Arcángel y Santa Rita, en Milán, Italia, amaneció hace unos días con una pintada pro-aborto: “Aborto Libre (también para María)”.
Don Andrea, el párroco, reaccionó subiendo la foto de la pintada en el Facebook de la parroquia y escribiendo lo siguiente:
Estimado escritor anónimo de las paredes,
   Siento que no hayas sido capaz de seguir el ejemplo de tu madre. Ella tuvo coraje. Ella te concibió, continuó con el embarazo y te dio a luz. Podía haber abortado. Pero no lo hizo. Te crió, te alimentó, te limpió y te vistió. Y ahora tienes una vida y la libertad de elegir qué hacer con ella. 
   Una libertad que estás utilizando para decirnos que sería mejor que personas como tú no vengan a este mundo. Lo siento, pero no estoy de acuerdo. Y realmente admiro a tu mamá porque ella fue valiente. Y todavía lo es, porque, como cualquier madre, está orgullosa de ti, incluso si te portas mal, porque sabe que dentro de ti hay cosas buenas y sólo debes ser capaz de hacerlas salir. 
   El aborto es el mayor “sin sentido”. Es la muerte que vence a la vida. Es el miedo que le gana a un corazón que quiere luchar y vivir, no morir. 
   Usted quiere elegir quien tiene el derecho a vivir y quién no, como si se tratara de derecho simple.
   Es una ideología que vence a una humanidad a la que se quiere quitar la esperanza. Toda esperanza. Admiro a todas aquellas mujeres que, a pesar de mil dificultades, tienen el valor para seguir adelante. Tú, valor, no tienes ninguno, ya que te escondes en el anonimato. Y ya que estamos, también me gustaría decirte que nuestro barrio ya tiene muchos problemas y que no necesitamos gente que mancha las paredes y arruine lo poco bueno que nos queda. 
   ¿Quieres demostrar que eres valiente? Mejora el mundo en lugar de destruirlo. Ama en lugar de odiar. Ayuda a soportar sus dolores a los que están sufriendo. ¡Y da la vida, en lugar de quitarla! ¡Estos son los verdaderos valientes! 
  ¡Afortunadamente, nuestro barrio, el que tu destruyes, está lleno de gente valiente! ¡Que sabe amarte también a ti, que ni siquiera sabes lo que escribes!

jueves, 6 de octubre de 2016

Acierta!

Acabo de recibir un correo que me trae estas verdades que te regalo.

Cuando un pájaro está vivo, se come a las hormigas, pero cuando muere, son las hormigas las que se lo comen a él. El tiempo y las circunstancias pueden cambiar en cualquier minuto. Por eso, no desvalorices nada en tu vida.  Puedes tener el hoy, pero acuérdate: el tiempo es mucho más poderoso que cualquiera de nosotros. 
¿Sabías que de un árbol se hace un millón de fósforos, pero que basta un fósforo para quemar millones de árboles? Por lo tanto se bueno. !Haz el bien!
El tiempo es como un río: Nunca podrás tocar el mismo agua dos veces, porque el agua que ya pasó nunca pasará nuevamente. Aprovecha cada minuto de tu vida y acuérdate.
Nunca busques buenas apariencias, porque cambian con el tiempo. No busques personas perfectas, porque no existen. Es mejor buscar sobre todo a alguien que sepa tu verdadero valor. Y ya sabes quién conoce de verdad lo que vales.
Ten cuatro amores: Dios, la Vida, la Familia y los Amigos.
Dios porque es el dueño de la vida. La Vida porque es corta. La Familia porque es única. Y los Amigos porque son contados.

martes, 27 de septiembre de 2016

Ositos de agua.

Johann August Ephraim Goeze llamó, en 1773, Ositos de agua a unos animalitos diminutos (no pasan, los adultos, de medio milímetro) que viven sobre el musgo, el liquen y los helechos. A lo mejor ya los conoces. Son muy feos de aspecto y muy lentos en sus movimientos por lo que, cuatro años más tarde, Lazzaro Spallanzani los englobó con sus congéneres (más de mil especies) en el grupo de los Tardígrados, es decir lentos al moverse, como los osos. Y ya sabemos que Goeze los encontró con aspecto de osos. 
Pero no vendrían aquí si no fuese porque parece que son los seres vivos que más aguantan: la presión de 6.000 atmósferas; temperaturas entre los 200º bajo cero hasta los 150º por encima; pueden deshidratarse y vivir sin agua más de 10 años; soportan una radiación ionizante; sobreviven en alcohol puro y éter; van a la estratosfera (se los ha situado en el exterior de cápsulas espaciales) y vuelven de ella tan campantes; soportan la congelación como si tal cosa. Y pueden demostrar que siguen vivos después de 120 años en estado de criptobiosis, es decir, más o menos, vida aparente.
¿Cómo educamos, padres y educadores? ¿Tendemos a facilitar las cosas, la vida en sus diferentes manifestaciones? ¿Buscamos ahorrar a nuestros hijos el dolor que da crecer como árboles sanos, fuertes, retadores a pesar de que no todo lo que los rodea sea grato? “¡Que no sufra, pobrecito!”. “Si hoy ya hay aparatos que dan todo hecho”… Así resumimos muchas veces nuestra incapacidad de entender que no será grande el hombre al que nos hemos empeñado en criar como canijo.

lunes, 9 de mayo de 2016

La vida.

Creo que ninguno de nosotros se ha puesto a contar cuántos insectos o plantas… se conocen en la Tierra. Parece que, en números muy redondos, se ha llegado a proponer que los insectos conocidos (la referencia es, naturalmente, a especies, no a individuos) son más de 800.000. Menos, pero muchas también, son las plantas: 248.000; 200.000 los artrópodos no insectos (arañas, cangrejos, ciempiés…); 70.000 los hongos; 50.000 los moluscos; 30.000 los protozoos; 27.000 las algas; 19.000 los peces; 12.000 los platelmintos (esos gusanos que no tienen patas ni vértebras);  9.000 las aves; 9.000 las medusas; 6.300 los reptiles; 4.200 los anfibios; 4.000 los mamíferos...
Esto es lo conocido. Pero es frecuente encontrar en la prensa o, más todavía, en publicaciones especializadas, que se han descubierto nuevas especies. Por ejemplo, investigadores de la Universidad de Berkeley han clasificado 1.000 nuevas especies de bacterias y arqueas (parecidas a las bacterias, dicen los entendidos, pero diferentes), que viven en lagos, cuevas y bosques de nuestro Planeta, la Tierra.
Bastaría este burdo recuento para despertar en cada uno de nosotros una seria actitud de admiración y respeto ante la vida en cualquiera de sus modalidades. Pisar una hormiga es un acto que tal vez se haga pensando que molesta o que mancha o que nos puede invadir. Nada de eso sucede ni va a suceder. ¿Cuántos millones de años hemos convivido con ellos y no han deshecho el mundo?
Y sin embargo, respetar la vida, ese maravilloso don inexplicable, es algo que para algunos no tiene importancia. Cuando se trata de un ser humano (pensemos en una ejecución mortal, en la víctima de una reyerta, en eso que tan perversamente se llama “violencia de género”, en una guerra, en un aborto…) se está frustrando el recto camino de la construcción de la historia, se está produciendo un fracaso de Dios. Y no hay nada más aberrante que lo más venerable de la historia, que es la vida, se someta al capricho, a la barbarie, al desahogo de quien se convierte con ello en un ser vil y despreciable.

viernes, 13 de junio de 2014

Velar se debe...

Cuenta la Historia (y no hay por qué no creerla) que en su lejanía de casi nueve siglos, y cuando los reyes de Castilla (el toledano Sancho III El Deseado y su hijo Alfonso VIII el de Las Navas) luchaban contra el Invasor, recibieron ayuda de dos hermanos caballeros franceses que se asentaron en nuestras tierras. Uno de ellos, llamado Diego, encontró acomodo para su descanso en el valle de Soba, hoy en Cantabria, y en Castresana de Losa, de las Merindades, echó raíces. Y sigue contando la Historia que se le dio tan bien achicar la presencia de las muchas zorras presentes en la región, que se ganó el apellido de Çorrilla o Zorrilla que heredarían sus descendientes. Y que alguno de estos, por otra parte, orló el escudo familiar con el mote VELAR SE DEBE LA VIDA DE TAL SUERTE QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE.
Mucho más tarde el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, nacido en 1855 e hijo del español Juan Manuel Zorrilla de San Martín, fue conocido por sus servicios a su patria y por su abundante y apreciada obra literaria. Y uno de sus hijos, José Luis, escultor, al arreglar en 1921 la casa familiar en el barrio de Punta Carretas, de Montevideo, quiso que sobre la chimenea del comedor figurase también el escudo de los Zorrilla de San Martín, naturalmente con el lema VELAR SE DEBE LA VIDA DE TAL SUERTE QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE.
¿A que nos suena bien? ¡Cuántas veces lo hemos repetido! ¡Y cuántas ha reforzado nuestra convicción de que vale la pena hacerlo realidad! No se trata solo de que se nos recuerde. Ni solo de que nuestra vida se viva con tal dignidad que nadie pueda nunca tacharla de vil. La vida queda viva en la muerte cuando hemos sembrado bien: cuando fuimos exigentes al escoger la semilla, cuando elegimos con tiento y responsabilidad la tierra en la que sabíamos que habría de brotar vigorosa; cuando la cuidamos con fortaleza y ternura para que sus frutos fuesen sanos, generosos, excelentes, nobles, fecundos…
Esa es la condición para que nuestro paso por esta vida responda al propósito de quien sabe que ningún acto de amor queda malogrado.  

miércoles, 18 de abril de 2012

Traperos de tiempo.


A don Gregorio Marañón y Posadillo (eminente endocrinólogo y sabio escritor, entre otras muchas prendas) le gustaba llamarse “trapero del tiempo”. Lo decía con sencillez para explicar la profusión de su obra como fruto de aprovechar los minutos que mediaban entre su llegada a casa y el anuncio de que la comida estaba en la mesa. Los dedicaba siempre para añadir algunas líneas a los trabajos de investigación y escritura de ciencias o historia que tenía en el bastidor. “Traperos del tiempo” son, efectivamente, los hombres que tienen tiempo para todo, porque no tienen tiempo para nada que no sea algo.
Alfonso de Lamartine advertía: “El tiempo es tu nave y no tu morada”. Luis Martin (beato como su esposa Celia Guérin y padres de cinco hijas todas ellas religiosas, de las que la menor, Teresa del Niño Jesús, es santa) repetía ese verso de Lamartine en su hogar. Y en sus Manuscritos autobiográficos lo recordaba Teresa, aunque escribía:La vida es tu nave...”.
Nos sirven estas citas para una reflexión que puede sernos útil. Tanto Lamartine como Martin insistían en la caducidad de eso que llamamos tiempo. “Se nos escurre y no vuelve”, solemos decir sin saber lo que decimos, porque ignoramos qué es el tiempo, si es que es algo, porque usamos relojes. En cambio Teresa, por error o porque lo había visto a la luz de la eternidad, sustituía tiempo por vida. Y hace bien: las frases “no tengo tiempo”, “no me llega el tiempo”, “estoy perdiendo el tiempo”… deben leerse, con la traducción de Teresa, de este otro modo: “no tengo vida”, “no me llega la vida”, “estoy perdiendo la vida”… Por lo que un “pasatiempo” es un “pasavida”. Y para algunos un “pasavida “ que dura toda la vida. Es el objeto de la reflexión de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Tan callando, que no nos damos cuenta de que se nos escurre la vida sin enterarnos. Pero los “traperos del tiempo”, que lo tienen  también muy presente (o, seguramente porque lo tienen muy presente), necesitan apretar las manos sobre el barro de la obra que saben que se les ha confiado y quieren hacer de ella, de su vida, un taller de artífice que enjoye la historia, un horno de pan que remedie al hambriento, una nave que traslade a los viajeros de la travesía humana al puerto de la auténtica Vida.

domingo, 25 de marzo de 2012

...el reloj de arena.


Que el ser vivo es una maravilla no hace falta demostrarlo. Basta con ver lo satisfechos que estamos cuando cada mañana nos miramos al espejo y decimos “¡Qué bien estoy!”. Pero como lo hacemos con la prisa de llegar al trabajo, nuestra mirada complacida no puede ser sino precipitada. Nos hemos olvidado de los telómeros que son, como todos los lectores saben mucho mejor que yo que ignoro todo esto, los extremos de los cromosomas. Su misión (en la maravilla que somos todo tiene su misión) es que la estructura de los cromosomas sea estable. Pero no eterna. Porque los telómeros no se pueden reparar después de que, en cada ciclo de proliferación, pierden un poco de su preciosa identidad y la célula se hace más vieja. Y se hace más viejo su dueño, que soy yo. La estructura que custodia en cada célula el 'código de la vida' (¡ah, el DNA!) sufre ataques, pero se repara. Los telómeros, que son la punta de los cromosomas (telómero significa “parte extrema”), no. Así hablan los que entienden, aunque no estoy seguro de haber entendido bien y explicado lo que dicen.
“Sí, todo eso está muy bien, pero ¿qué puedo hacer yo para arreglarlo?”, dice mi amigo Telesforo. Nada. Cuida sabiamente tu salud y deja que tu precioso organismo siga su camino.
Pero es que además de ese maravilloso organismo, digamos, “físico” que somos, somos también un precioso organismo espiritual que no tiene telómeros, que no se acaba, que vivirá para siempre. Y ahí es donde debemos intervenir. Podemos y debemos aprender a intervenir. Se trata de cuidar ese “capuchón” que defiende y regula nuestros valores espirituales: del sentido de la vida, del sentido de la trascendencia (hay un más allá de mi digestión, de mi buena circulación sanguínea, de mi tiempo, de mi espacio), morales, afectivos, de conducta en la relación con los demás, de mis deberes, de mi alteridad, de mi comunicación con Dios.        
¿Y qué hacemos ahí? Muchas veces, poquito. Algunas veces, nada. Es una esfera muchas veces ignorada. O que nos da miedo. ¡Y eso que es en ella precisamente donde reside mi profundo “Yo”!. No sabemos cómo entrar en ella, no nos atrevemos a tocar sus delicadas estructuras, nos hace sudar sólo tener que hacer algo en su entraña o… (¡y qué frecuente es!) nos tiene sin cuidado.
Y sin embargo, la educación (porque esa es la tarea que se nos pide) es algo tan connatural con el ser humano que debería ser instintivo volcarse en ella. 

domingo, 8 de mayo de 2011

El Gong de Kyongdok.


Se cuenta la historia de una enorme y vetusta campana, La Sagrada o La Divina Campana, venerada desde hace muchos años en Corea. Se llama  la campana de Songdok o Kyongdok. Porque esa historia cuenta que la hizo el rey Kyongdok al morir su hermano y predecesor, el rey Songdok, hacia el año 765. Otra tradición (las cosas antiguas tienen muchos manantiales que nutren su curso) la hacen testigo y signo del pacto de tres pueblos y distintivo de una dinastía.
Su sonido, que se oye sólo tres veces al año, es de una dulzura tal, dicen, que oírla llorar conmueve hasta lo más hondo del corazón.
Porque (y este rasgo es el que parece tener mayor valor para nosotros) la tradición sigue diciendo que su sonido no resultó bueno cuando se hizo. Y que se sacrificó en su interior a un niño, cuya voz, Emi (así se decía en coreano antiguo mamá) la fue aprendiendo esta campana. De ese modo se convirtió para siempre en el eco de la llamada preciosa y angustiada de aquel niño que se sentía morir mientras invocaba a su madre. De ahí su nombre: Emille.
Verdad o no, esta triste tradición puede llevarnos a muchas reflexiones. De cada uno de los que leen estas líneas brotarán fáciles y fecundas. Algunas de las nuestras, más sencillas, van también aquí.
¿Existe una palabra más bella, más honda, más entrañable que mamá? Es la primera que dicen los niños. A lo mejor no es más que un movimiento de los labios, el más instintivo, cuando tienen ganas de hacer lo que hacen los que lo rodean: hablar. Pero lo que dicen es mamá o MMM MMM. Y lo dicen también algunos ancianos cuando su mente ha vuelto a la contemplación de sus primeros años y necesitan junto a sí la ternura de su madre. ¡Cuántas veces nosotros, los que nos creemos aves libres, decimos madre en el transcurso de nuestra vida! Puede ser que no sepamos por qué lo decimos, pero el ansión ha brotado sin barreras y el vuelo al primer nido es inevitable.   
¿Necesitamos que mueran niños para enseñarnos a amar? Me confiaba una mujer joven que había interrumpido por dos veces la vida en su seno. Y que el silencio de sus dos hijos no nacidos era un grito horrible y continuo en su vida. ¡Cuántas madres lloran en busca de un hijo que no han tenido, o que han perdido o al que le han cortado el camino! 
¡Cuántos niños lloran en busca de una madre! Nunca por culpa propia, sino por culpa de quien hace cálculos sobre la vida y la organizan según la propia conveniencia, sin pensar y sin sentir que su semilla crece en tierra extraña, en desiertos de afecto, en las cunetas de la vida. Hace años tuve ocasión de tratar muy de cerca y, por tanto, de  conocer (llorando dentro de mí) las emociones de muchachos ya mayores, casi hombres, que habían crecido sin conocer nada de su madre, y de la que hablaban con sentimientos ávidos de amor y, en algún caso, de rencor y de una venganza imposible.   
A todos nos cabe un poco de la responsabilidad que hace falta para que la vida de un niño no sea nunca el precio del sonido cristalino de una campana.