Mostrando entradas con la etiqueta papado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta papado. Mostrar todas las entradas

viernes, 19 de junio de 2015

Francisco.

Una bocanada de aire fresco, limpio, nuevo en el lejano y pesado Medioevo de principios del siglo XIII fue la presentación en sociedad de un muchacho de poco más de veinte años que necesitó quedarse desnudo de pasado, de ataduras sociales, de conveniencias mundanas, de riquezas y herencias para ser libre de sí mismo y ante Dios que le reclamaba para sí. Se llamaba Juan, pero su padre le disfrazó de francés por ser francesa su madre Pica. Y con ese nombre, Francesito, Francisco, que entonces no era nombre, inauguró una etapa y un estilo en la vida de la Iglesia de Jesús, que perdura dichosamente.
El 16 de marzo de 2013 el anteriormente cardenal Mario Jorge Bergoglio y ya papa Francisco hablaba en el aula Pablo VI a los periodistas que habían seguido el cónclave de su elección. Sin duda lo recuerdas: «En la elección tenía junto a mí al arzobispo emérito de San Paulo y también prefecto emérito de la Congregación para el Clero, el cardenal Claudio Hummes: un gran amigo, ¡un gran amigo! Cuando la cosa se iba poniendo un poco peligrosa, él me animaba. Y cuando los votos subieron a dos tercios, llegó el aplauso acostumbrado, porque se ha elegido al Papa. Y él me abrazó, me besó y me dijo: ¡No te olvides de los pobres! Y esa palabra me entró aquí, aquí: los pobres, los pobres. Después, enseguida, en relación con los pobres, pensé en Francisco de Asís. Después pensé en las guerras, mientras el escrutinio seguía, hasta completar todos los votos. Francisco es el hombre de la paz. Y así me vino el nombre, a mi corazón. Francisco de Asís. Es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y cuida lo creado».
Miserando atque eligendo es su lema. Lo había sido desde que tuvo que tener un “escudo”. Ser pobre, amar a los pobres, acercarse a los pobres, besar a los pobres y al mismo tiempo a Cristo, decidir llevar por los caminos de Pedro las sandalias pobres y cansadas del Maestro para buscar a los pobres es su indeclinable elección.    
Los pobres, toda clase de pobres. Aunque llamen más la atención los que llaman menos la atención porque buscan esconderse. Los pobres más pobres son los pobres de vida porque mueren abrumados por el dinero, el placer, por el abandono de la adorable vida del espíritu. Los que se asfixian de poder por usurpar la voluntad de los otros. Los que se hunden en el abismo del vacío porque se han hinchado del lastre de su insaciable yo.  
Bergoglio necesitó ser Francisco para ser fiel a la misión con que el Espíritu empapa su vida. Y desea que se empape la nuestra.

sábado, 30 de mayo de 2015

Hombres grandes.

Una de las grandes “devociones” de Don Bosco (seguimos recordando que estamos - ¡ya casi al final! – en el bicentenario de su nacimiento) era la del Papa. No sólo porque trató, recurrió y agradeció de corazón la extraordinaria atención que prestaron a sus singulares obra y vocación los papas Pío IX y León XIII, sino porque Don Bosco fue un torrente de afecto hacia el “Divino Salvador”, como llamaba a Jesús de Nazaret y veía en el Papa su presencia histórica. 
Llena con su originalidad (la del Evangelio) y su cercanía (la de Jesús) el aire en el que se relaciona con quienquiera que sea el Papa Francisco. Pero mantiene hacia su predecesor Benedicto una actitud de aprecio, respeto, cariño y deferencia que muestran la grandeza de uno ante la grandeza del otro.         
Es bueno que repasemos algunos de los sentimientos que Benedicto tuvo a bien manifestarnos. Al dejar el pontificado recordaba el cercano y ya lejano 19 de abril de 2005 al recibir la herencia del que poco después sería san Juan Pablo II: «En aquel momento, como ya he expresado varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: Señor, ¿por qué me pedís esto y qué me pedís? Es un peso grande el que me pones sobre los hombros, pero si Tú me lo pides, por tu palabra lanzaré las redes, seguro de que Tú me guiarás, a pesar de todas mis debilidades. Y ocho años después puedo decir que el Señor me ha guiado, ha estado junto a mí, he podido percibir cotidianamente su presencia».
«Me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea. El Señor me ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero he sabido siempre que en esa barca está el Señor y he sabido siempre que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya. Y el Señor no deja que se hunda; es Él el que la conduce, es verdad que por medio de los hombres que ha escogido, porque así ha querido. Esta ha sido y es una certeza que nada puede ofuscar».
Y es igualmente bueno que tomemos esa convicción advirtiéndola en nuestra vida. No puedo ser padre que transmite lo mejor de su ser ni maestro o educador que vierte lo mejor de su sentir si no estoy convencido de que es el Señor, ¡siempre presente!, el que guía mi barca que es suya y que comparto con otros la brega de remar y lanzar la red.     

jueves, 6 de febrero de 2014

Democracia, ¿para qué?



Cuando el 20 de agosto de 1823 moría el papa Pío VII (Bernabé Chiaramonti) no sabía que un mes antes (en la noche del 15 al 16 de julio) un incendio había destruido casi totalmente la imponente basílica de San Pablo Extramuros. ¿Para qué entristecer la pesada agonía, a los 81 años, con la que coronaba una vida llena de persecución, gallardía, humillaciones y fortaleza? Desde 1775 y hasta 1782, todavía joven y como benedictino que era, había sido prior de aquella querida Abadía de San Pablo. Fue después obispo de Tívoli, cardenal-arzobispo de Imola y, al final del largo cónclave a la muerte de Pío VI, en 1800, Papa con el nombre de Pío VII. 
En 1804 Napoleón quiso ser coronado emperador en la catedral de Notre-Dame, pero el Papa se limitó a bendecirlo y Napoleón se coronó a sí mismo. Y la tensión entre el Vaticano y Napoleón creció año tras año.
El 17 de mayo de 1809 Napoleón Bonaparte decretó el expolio del Estado Pontificio: los estados de la Iglesia se unían al Imperio. Roma era ciudad imperial y libre. Todos los eclesiásticos (y el Papa entre ellos) debían jurar las cuatro proposiciones de la Iglesia galicana. El Concilio Ecuménico era el órgano en autoridad y enseñanza. Se ocupa militarmente Roma. Pio VII declara nulo el decreto y el 10 de junio de 1809 redacta la excomunión del emperador. El 6 de julio el general Radet y sus hombres escalaron los muros del Quirinal y lo llevaron a Florencia, Génova, Alessandria, Turín, Grenoble, Valence, Avignon. Y después a Niza, Mónaco, Oneglia, Finale Ligure y Savona, donde estuvo preso hasta 1815.
En el sermón de la Navidad de 1799, cuando era Arzobispo de Imola, Bernabé Chiaramonti había dicho: «La forma de gobierno democrático en manera alguna repugna al Evangelio; exige, por el contrario, todas las sublimes virtudes que no se aprenden más que en la escuela de Jesucristo. Sed buenos cristianos y seréis buenos demócratas». Napoleón, que no había empezado todavía la demolición caprichosa de la cosa pública en Europa, le tildó de jacobino.   
Y a nosotros ¿no se nos ha ocurrido pensar que el vandalismo de los que cacarean democracia es fruto de la ausencia en sus cabezas y en sus corazones de las sublimes virtudes que no se aprenden más que en la escuela de Cristo?

martes, 30 de julio de 2013

Río.



Cuando al primer día del año 1502 el hispano-portugués Gaspar de Lemos, de la escuadra de Pedro Álvares Cabral, entró en la bahía de Guanabara, dio al lugar el nombre de San Sebastián de Río de Janeiro, el mes del descubrimiento. Buscaba plata. Aunque prefería oro, como todos los grandes navegantes, descubridores y colonizadores… no podía dejar de sentir el honor de haber llegado a aquel santuario acogedor y sorprendente. ¿Podía imaginar que quinientos años más tarde aquella inmensa y bellísima bahía sería un paraíso del turismo y del ocio, del placer y de la diversión y de muchas cosas más, no todas luminosas, justas y pacíficas? Invocó y le dio el nombre de San Sebastián, el joven asaeteado por preferir a Cristo en vez de la fidelidad al emperador.
Más de seis millones y medio de pobladores actuales (un poco más de la mitad, blancos; la tercera parte, “pardos” o mestizos; y el resto, negros) han podido escuchar al Papa de los católicos (en Río un poco más de tres millones y medio) entre sus primeras palabras al llegar el día 22: “No he venido a traer ni oro ni plata, sino lo más valioso, Jesucristo". La misión que el Papa lleva es la de invitar a optar por Cristo. Es la propuesta que hace a los jóvenes que han llevado la Cruz como signo de su opción. 
El mundo está lleno de la sabiduría de los que dominan el arte para convencer a los jóvenes de que mientras se es joven no se puede renunciar a nada que sea placentero. Es muy fácil distraer de la  contemplación de Jesús (que es Amor, entrega a los otros) demostrando que vender todo por seguirle no es muy halagüeño.
Por eso el Papa llama la atención a los que, embobados por el brillo del oro y de la plata, no pueden ver en Jesús la grandeza, la bondad, la belleza, la valentía, la generosidad de renunciar a una piedra para apoyar la cabeza con objeto de ser capaz de dar la vida por un amigo.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Francisco.



Durante la vida de Don Bosco la Iglesia estuvo presidida por Pío VII, León XII, Pío VIII, Gregorio XVI, Pío IX y León XIII. Con los dos últimos tuvo una relación frecuente. Debió visitarlos en el proceso de la aprobación de la Congregación Salesiana y de sus Constituciones. Y en su vida espiritual la Eucaristía, la Virgen y el Papa fueron tres metas de su afecto que presidían, cada uno con su valor, su obra y su labor de fundador y de educador. En estos días de novedad en la Iglesia de Roma por la presencia del Papa Francisco es bueno reafirmar nuestra adhesión a quien guía en el amor a los que seguimos a Cristo. 
Don Bosco soñó una noche que se encontraba en uno de los nichos más altos de San Pedro. No sabía cómo podía haber llegado allí y tuvo miedo. Buscó el modo de bajar, gritó pidiendo ayuda y el miedo angustioso le despertó.
El que visita la basílica de San Pedro de Roma puede descubrir que en el nicho situado encima del tondo del Papa Pío IX y la estatua en bronce de San Pedro en la derecha de la nave central está Don Bosco. En estatua, como otros 35 santos fundadores. Y le acompañan dos muchacitos que representan a Santo Domingo Savio, alumno suyo en su Oratorio de Valdocco-Turín, y el Beato Ceferino Namuncurá, hijo del cacique mapuche Manuel Cafulcurá de la pampa argentina.   
El 31 de enero de 1936 el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Papa Pío XII, bendijo esa estatua del escultor Canonica de 4,80 metros de altura.
Fue Pío XI, Aquiles Ratti, quien quiso que se colocase su estatua donde está ahora. Siendo joven sacerdote pasó algunos días en Valdocco con Don Bosco. Le apreció profundamente y la Providencia hizo que, pasados algunos años, lo beatificase en 1929 y canonizase en 1934.
No es indiferente la postura con que el artista ha representado a los tres personajes. Los dos jóvenes miran y se funden en un gesto de adhesión a Cristo y a su Vicario. Siguen con esa actitud la indicación que Don Bosco les hace con su brazo derecho extendido. Si miramos con los ojos del alma descubriremos que también a nosotros sigue haciéndonos la misma invitación.