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lunes, 10 de agosto de 2015

Del Papa (y 2).

EDUCAR: «Educar a los jóvenes a salir, a ir, a ser callejeros de la fe, andarines de la fe. Así hizo Jesús con sus discípulos: no los retuvo pegados a sí, como una clueca con sus pollitos. Los envió. Empujemos a los jóvenes para que salgan. ¡Claro que harán disparates! ¡No tengamos miedo! Los Apóstoles los hicieron antes que nosotros. ¡Empujémoslos a salir!» (27 de julio de 2013, Río de Janeiro, catedral de San Sebastián).
FE: «La fe es entera, no se bate. Es la fe en Jesús. Por favor, no batáis la fe en Jesús. Existe el batido de naranja, existe el batido de manzana, existe el batido de plátano, pero por favor no bebáis batido de fe» (25 de julio, Río de Janeiro, playa de Copacabana).
GOZO: «El cristiano es alegre, no está nunca triste. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene la cara del que parece estar de luto perpetuo. Si de verdad estamos enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se inflamará con un gozo tal que contagie a todos los que están cerca de nosotros» (24 de julio de 2013, Santuario de Aparecida).
ÍDOLOS: «Es verdad que hoy un poco todos y también nuestros jóvenes sienten el encanto de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia una sensación de soledad y de vacío se abre camino en el corazón de muchos y conduce a la búsqueda de compensaciones, de esos ídolos pasajeros» (24 de julio de 2013, Santuario de Aparecida).
LAZOS DE SORPRESA: «Dios actúa  y nos sorprende. La historia de este santuario de Aparecida es un ejemplo de ello. Tres pescadores, después de una jornada vacía, sin lograr pescar, en las aguas del rio Parnaíba encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la Concepción. ¿Quién hubiera imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se habría convertido en el lugar en el que todos los brasileños pueden sentirse hijos de una misma Madre? Dios siempre sorprende. ¡Dios siempre reserva lo mejor para nosotros! Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos  sus sorpresas» (24 de julio de 2013, Santuario de Aparecida).

miércoles, 5 de agosto de 2015

El Papa.

Si lo que sale en estas páginas vale para algo, lo que sigue, sin duda alguna, vale. Por su autoridad, su valentía, su claridad, su inmediatez…
ATENCIÓN: Ayudemos a los jóvenes. Tengamos el oído atento para escuchar sus ilusiones, para escuchar sus éxitos, para escuchar sus dificultades. Tenemos que sentarnos, escuchando tal vez el mismo libreto, pero con una música diferente, con identidades diferentes. ¡La paciencia de escuchar! Esto os lo pido con todo el corazón. (27 de julio de 2013, Río de Janeiro, catedral de San Sebastián).
BOTA FE: «“Echa fe”, ¿qué significa? Cuando se prepara un buen plato y ves que falta la sal, entonces tú “echas” la sal. Falta el aceite, entonces tú “echas” el aceite. Echar, es decir, poner, verter. Así es también en nuestra vida: si queremos que tenga de verdad sentido y plenitud, digo a cada uno: “echa fe” y la vida tendrá un sabor nuevo, la vida tendrá una brújula que indica la dirección. Echa esperanza y cada día tuyo estará iluminado. Echa amor y tu existencia será como una casa construida sobre la roca» (25 de julio, Río de Janeiro, playa de Copacabana).
CLAMOR: «Quiero que os dejéis oír en las diócesis, quiero que se salga fuera, quiero que la Iglesia salga por las calles, quiero que nos defendamos de todo lo que es mundanidad, inmovilismo, de lo que es comodidad, de lo que es clericalismo, de todo lo que es estar cerrados en nosotros mismos» (25 de julio, Río de Janeiro, playa de Copacabana).
DIFICULTADES: «Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, pero por muy grandes que nos puedan parecer, Dios no deja nunca que nos anonaden. Ante el desánimo que pudiera haber en la vida querría decir con fuerza: tened siempre en el corazón esta certeza: ¡Dios camina junto a vosotros, en ningún momento os abandona!. ¡No perdamos nunca la esperanza! ¡No la apaguemos nunca en nuestro corazón!». (24 de julio de 2013, Santuario de Aparecida).

viernes, 10 de julio de 2015

No llores...

Sin duda se nos ha ocurrido, cuando hemos visto llorar o hemos llorado, cuántas son las fuentes de esas lágrimas. Desde el llanto de un niño que se ha caído o se ha sentido contrariado en sus caprichos. La mujer que ha perdido a su marido porque ha tenido que irse lejos, tal vez a un lugar peligroso. Las lágrimas sin consuelo de alguien que pensaba que aquel amor iba a ser eterno. Las que brotan de la compasión por una persona que sufre y llora por nuestra culpa.
Seguramente no nos hemos detenido nunca a pensar que las lágrimas son siempre iguales pero que sus causas pueden ser infinitas: cada persona y cada situación arranca una forma diferente de sentir y de llorar.   
Un célebre director de cine al que conoces le decía a una bella artista famosa que lloraba porque le habían robado un collar de perlas de su caravana cuando rodaban un exterior: “¡No llores nunca por quien no puede llorar por ti!”. Y la actriz confesaba al comentarlo lo que había aprendido de aquella sensata lección.
Sobre las lágrimas (sobre las propias, porque las demás nos son profundamente ajenas y nunca podríamos llegar a entender de qué fuente brotan) deberíamos hacer una reflexión que sería incomunicable, pero que nos enseñaría mucho de ese amasijo arcano de sentimientos con que está tejida la vida humana.
Un sabio final para esta leve consideración son los siguientes consejos del Papa Francisco para nuestra vida, en la que es posible que se levante alguna vez la angustia del llanto:
No llores por lo que perdiste, lucha por lo que te queda.
No llores por lo que ha muerto, lucha por lo que ha nacido en ti.
No llores por quien se ha marchado, lucha por quien está contigo.
No llores por quien te odia, lucha por quien te quiere.
No llores por tu pasado, lucha por tu presente.
No llores por tu sufrimiento, lucha por tu felicidad.
Con las cosas que a uno le suceden 
vamos aprendiendo que nada es imposible de solucionar:
Basta seguir adelante.

jueves, 29 de mayo de 2014

La osadía de creer.


El pasado 24 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey y clausura del Año de la fe, el Papa Francisco nos decía en su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (42):

La fe siempre conserva un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión. Hay cosas que sólo se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos. Por ello, cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio”.

Nos cuesta creer porque queremos saber, tocar, morder, constatar, probar, ver. Ver si es verdad lo que creemos. Y eso, naturalmente, no es creer. Queremos hacer objeto de nuestra “ciencia”, de nuestra experiencia, lo que es solo contenido de nuestra confianza, de nuestra convicción. “Si no lo veo, no lo creo”. Evidentemente si lo ves no tienes fe, sino evidencia. Es decir, no nos fiamos. Y lo peor es que solo nos arrimamos a las personas que nos ofrecen objetos para tocar. Las que, en cambio, nos hablan de esferas no tangibles, desaparecen de nuestro interés, de nuestra atención. Es cuestión de vagancia. Porque fiarse es mucho más hondo, más esforzado, más difícil, más comprometido que tocar. Aunque lo que se nos propone para creer es mas noble, más alto, más rico que cualquier cosa que podamos tocar, nos quedamos con lo “seguro”, que es lo tangible.

Pero si es difícil creer, se nos hace mucho más difícil amar. Porque amar no es solo adherirse a algo o a alguien que no siempre es tangible, sino que nos exige entregarnos. Y entregarse es regalar el propio “yo”, porque se decide enriquecer el “yo” del otro con nuestra propia identidad. Y eso es duro. ¿Por qué hay matrimonios que acaban en desbandada? Porque en esas coyundas el programa es querer no amar, poseer no darse.

Repasar las palabras del Papa nos pueden ayudar a rasgar, al menos un poco, el velo de nuestro egoísmo, para descubrir con asombro y hacer caso con valentía a Quien nos ama.   

martes, 22 de abril de 2014

Homilia del Papa Francisco en la Vigilia Pascual.




"El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis», y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea». Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». No tengáis miedo, no temáis, no temáis. Es la voz que anima a abrir el corazón para recibir este anuncia porque después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho... Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». No temáis e id a Galilea. Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver al lugar de la primera llamada. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron.
Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Sin miedo, no temáis. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay otra Galilea, hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió de seguirlo; ir a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cual es mi Galilea? Hacer memoria, ir atrás ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás, allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cual es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tener miedo, no temer. Volved a Galilea.
El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.
«Galilea de los gentiles»: horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro... ¡Pongámonos en camino!

jueves, 12 de diciembre de 2013

La alegría de gritar.



La alegría y la felicidad de los sencillos en gritar (por ejemplo unos niños que juegan persiguiéndose y gritando “¡Te he dado!”) es inigualable. Cuando el Papa Francisco escribe su exhortación “Evangelii gaudium” describe el gozo del que ha encontrado una piedra preciosa, la hondura del feliz mensaje de Jesús. En esta página abierta con buena voluntad a los amigos de Don Bosco es bueno traer algunas expresiones con que el actual Jefe de la Familia Salesiana, Rector Mayor de  la Congregación salesiana don Pascual Chávez Villanueva, la describe.
«La alegría de la que habla el Papa hace referencia a la alegría de la Buena Nueva, la de Dios, que se hace débil más que nosotros, de hecho un niño. Es la manifestación suprema del amor de Dios, que se abaja para ser un hombre como nosotros y así elevarnos a la dignidad de hijos suyos. Solo Dios podía pensar de manera radical un cambio de la mentalidad humana… no podemos no evangelizar… debemos sentir en nosotros la urgencia apostólica de comunicar a los demás, especialmente a los jóvenes, la alegría y la belleza de la fe que da significado, esperanza y futuro para nuestras vidas y para nuestro compromiso en la colaboración de la construcción de un mundo mejor para todos, especialmente para los más pobres, necesitados y marginados... dejando… hablar al corazón; el nuevo texto es una carta magna para la Iglesia de hoy, con un sentido programático y consecuencias fundamentales, porque no es posible dejar las cosas como están y debe constituirse en un estado permanente de conversión y misión.
… Nos presenta una visión de cómo debe ser la Iglesia: sin miedo al mundo moderno, buscando nuevas formas de predicar el Evangelio, más misionera, más misericordiosa, más valiente para hacer todos los cambios necesarios... que supere el miedo de salir de sus propias estructuras y de perder sus falsas seguridades… que sabe denunciar un modelo económico que hace del dinero un ídolo, que genera exclusión social y crea una cultura de rechazo y de indiferencia… que tiene una especial predilección por los pobres y un fuerte compromiso con la justicia social y la paz.
Me permito en este punto pedirles leer, estudiar y dar a conocer esta Exhortación, "la alegría del Evangelio", hacerla objeto de oración, dejar que caliente el corazón y, sobre todo, que nos ponga en camino llenos de alegría que para llevar el mensaje a los jóvenes».

viernes, 9 de agosto de 2013

Aparecida.



El 10 de julio de 2007 el Papa Benedicto XVI aprobó el documento conclusivo de la Quinta Conferencia del episcopado latinoamericano:

"Al mismo tiempo que expreso mi reconocimiento por el amor a Cristo y a la Iglesia, y por el espíritu de comunión que ha caracterizado dicha Conferencia General, autorizo la publicación del Documento Conclusivo, pidiendo al Señor que, en comunión con la Santa Sede y con el debido respeto por la responsabilidad de cada Obispo en su propia Iglesia particular, sea luz y aliento para una fecunda labor pastoral y evangelizadora en los años venideros."

Se había compuesto del 13 al 31 de Mayo del año citado en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, a 260 kilómetros de Río en un valle del estado de Sao Paulo, el centro de peregrinación más grande del mundo. Es un sustancioso mensaje social orientado por el entonces arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Jorge Mario Bergoglio y actual Papa Francisco, como fruto de un amplio, ordenado y complejo dialogo: una mirada a la pastoral, con atención preferente hacia los pobres, una sacudida a la creatividad y renovación de la Iglesia. «¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de sentido, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!». Bergoglio decía de él: «El documento de Aparecida no se agota en sí mismo, no cierra, no es el último paso, porque la apertura final es sobre la misión».



Sus tres partes contemplan la vida de nuestros pueblos hoy con los discípulos misioneros atentos a la realidad, la vida de Jesucristo que despierta en ellos la alegría de seguirlo, su llamada a la santidad, la comunión entre ellos y su formación; la vida de Jesucristo para nuestros pueblos en la misión al servicio de la vida, de la dignidad humana, de la familia, de las personas y de la vida. Y la atención a la cultura propia de nuestros pueblos.



Se cierra con una larga y encendida petición: “¡Quédate con nosotros, Señor…!”.