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jueves, 17 de agosto de 2017

Rezad!! En las manos de un Dios Padre.

Habrás leído hace pocas semanas que un avión que volaba de Perth (Australia) a Kuala Lumpur (Malasia) tuvo que revolar lo volado y volver al aeropuerto de origen dos horas después de haber despegado. Saya Mae, una de las pasajeras, grabó y divulgó lo que ocasionó aquel rápido regreso: el avión, poco después del despegue y de un fuerte “bramido”, empezó a vibrar aparatosamente.
La seguridad en aviación es admirablemente casi total. De los más de 102.500 vuelos diarios y la presencia en el aire en un momento dado de más de 11.000 aviones, los que vuelan lo hacen respondiendo lealmente a lo que los pasajeros esperan de ellos.
Pero aquel 26 de junio para el avión de AirAsia las cosas se atravesaron. Y el capitán, un hombre, sin duda, bien construido, habló pidiendo tres cosas: colaboración, permanecer bien sujetos a los asientos y rezar. 
En un vuelo, como en el resto de su vida, hay quien se siente en las manos de Dios e ilumina de un modo especial su contacto interior con Él. Otros, menos acostumbrados a mirar “más allá” de su propia medida, lo evocan también y lo invocan con confianza para que no pase nada o por lo que pueda pasar. Otros se preguntan qué puede hacer Dios si el avión despegó, programado por un pequeño descuido de alguno de sus cuidadores, como un airoso y plural ataúd. También hay quien vive de un modo más simple su vida y no se ocupa de nada que no sea tangible y se pueda tocar y contar. 
Y, sin embargo, la oración (que no es, evidentemente, rezar o solo rezar) es el modo de existir de los que, inteligentemente, descubren en su vida la amorosa presencia de un Ser cercano, sensible, fuente del único verdadero Amor al que Jesús de Nazaret, el Hijo, definió como el Padre de todos.

sábado, 12 de agosto de 2017

Yasuní: la cara oculta de la realidad.

El Parque Nacional Yasuní, en lo más al Este de El Ecuador, a 270 kilómetros de Quito y a unos 300 de Cuenca, es la mayor y asombrosa reserva natural de especies de toda la Tierra sobre un millón de hectáreas. Allí viven “desde siempre” los indígenas kichwa, waorani y shuar. No es fácil llegar, porque hay limitaciones oficiales, inteligentes y necesarias, ante el riesgo de su deterioro. Los expertos afirman que encierra más de un millón de especies, animales y vegetales, de las que el 80 por ciento se sigue sin conocer y clasificar. Si en el mundo hay unos nueve millones de especies, es admirable conocer que en el Yasuní está el diez por ciento de esa riqueza natural y que el 80 por ciento de sus especies no tiene todavía nombre científico. Kelly Swing, director de la Estación de Biodiversidad Tiputini que lleva estudiando aquel mundo desde hace casi treinta años, es uno de los treinta investigadores-autores del libro «Los secretos del Yasuní» (345 páginas de textos, fotos y mapas) que ha aparecido recientemente.
¿Me he detenido alguna vez a proyectar (ya que no a escribir) el libro de la vida de mis hijos, de este y aquel alumno, de algunos de mis educandos? Convivo horas con ellos y desconozco lo más hondo, lo más rico, lo más misterioso y tal vez más necesitado  de su corazón? ¿Por qué? Aventuro alguna respuesta que, supongo, me puede hacer pensar dónde estoy, qué hago, qué me falta.
“Me da miedo”. “No sabría”. “No me toca a mí”. “No tengo derecho a hurgar en su vida”. “No quiero comprometerme”. “Ya habrá otros que lo hagan”. ¿Y después?...
Por mi parte, dado que me ocupa y preocupa esa posible distancia entre el artista y su obra de arte, se me ocurre un camino posible, grato y gratificante: la amistad. Una amistad sincera, respetuosa, confiada, generosa, cercana, constante, desinteresada… llena de aprecio, de disponibilidad, de auténtico y reverente afecto.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Dolorosa.


Celebramos el 15 de septiembre una fiesta entrañable: la de una Madre, la Jesús, la nuestra, la de todos los hombres: la  Dolorosa”.
Ha habido más de ochenta sugerencias etimológicas para la etimología de su nombre. Todas son muy bonitas. Pero el mejor nombre que tiene es el que le puso el ángel: Llena de gracia. Y el más cercano a nosotros, el que le puso Simeón en la presentación de su Hijito en el templo: Madre con el alma atravesada por una espada.
La Virgen es la Madre común que vive silenciosamente en nuestra vida. No tenemos que recurrir a Ella para hacerla depositaria de nuestros dolores. Sino para alegrarnos junto a Ella de la luminosa victoria de su Hijo (¡e Hijo de Dios!) sobre el pecado, la enfermedad, las cruces y la muerte. Son su ternura y su cercanía lo que nos debe hacer gozar de su presencia silenciosa.
El sufrimiento en cualquiera de sus formas es consustancial con nuestra naturaleza. Dios nos ha querido humanos, no ángeles. Y (no sabemos por qué) siendo humanos como somos, es decir, animales, nos ha amado, nos ama. Ha puesto en nosotros la capacidad de amar, de sufrir, de ir desmoronándonos para que aprendamos a volar sobre la caduco, de dar la vida, de morir.
El Hijo del Padre común, Jesús, ha venido a cumplir el programa de su Padre; extraño, pero indudablemente necesario. Ha venido a decirnos y enseñarnos con su vida que no seamos tan animales, pero que aceptemos ser animales, incapaces de comprender a Dios, de entender lo que él programa, sus procedimientos, el dolor de lo que nos parece abandono, oscuridad, casi crueldad: “¡Que pase de mí este cáliz!”. “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
El dolor, propio de nuestra condición, está también en el programa del Padre sobre su Hijo y sobre todos sus hijos. En la cultura hebrea el sacrificio de un cordero era central: recordaba y representaba la liberación de Egipto y todas las liberaciones. Jesús muere sacrificado, como Cordero de Dios que libera a todos los hombres, si quieren, de todo lo que no nos deja vivir y sentirnos como hijos del Padre.   
Fe no es entender (¡por fin!) algo de Dios. Sino dejarse descansar en las manos de un Dios que no podemos conocer, pero que ha demostrado en nuestra historia (la de todos los hombres y la de cada hombre) que está en nosotros en silenciosa presencia: la de Jesús en medio de gentes que no le aceptan, que no creen en él, que les estorba, que lo matan.
Jesús preguntó una vez a sus discípulos: “¿También vosotros queréis dejarme?”. Sigue preguntándolo en silencio en este mundo en el que estorba la cruz,  estorba Cristo, estorba Dios.   
Nos toca a nosotros aceptar que aceptar a Jesús es aceptar el misterio, lo incomprensible para nosotros, pero herencia de un Jesús que vivió amando y murió amando dándose en su muerte como comida de vida eterna. Y diciéndonos (¿quién lo entiende?): “El que quiera seguirme que tome su cruz y me siga”.
No tenemos por qué amar la cruz. Pero sí que miremos que en ella, pero más allá de ella, contemplemos y gocemos la  grandeza de la historia de Jesús, muerto en la cruz, pero ¡que vive resucitado!. Y nuestra propia grandeza, no por nuestra historia, sino porque estamos llenos del amor de Dios, es decir, de Dios mismo. Es a Cristo a quien amamos.