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lunes, 23 de mayo de 2016

El Temple.

Sin duda recuerdas que el Rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, determinó que ya estaba bien de Caballeros Templarios en su Reino. Y en todas partes. No se sabía cuántos eran ni cuánta  riqueza tenían ni hasta qué extremo podían ensombrecer su prestigio y su poder. Le ayudó en la extinción de la Orden el Papa Clemente V (Felipe IV había estado excomulgado en 1303 por el Papa Bonifacio VIII). Pensó Felipe que, en vez de devolver el capital recibido de los Caballeros para sus guerras con aragoneses, ingleses y flamencos, le salía más económico eliminar la Orden. La honradez siempre por delante. Duró siete años (1307-1314) el proceso basado en las imputaciones de dos testigos expulsados de la Orden. Se les acusaba de prácticas diabólicas, idolatría hacia la cabeza mágica de Baphomet (un numen de tres caras con barba y cuernos), de sodomía y de ritos iniciáticos que no son para traer aquí. Torturados, muchos se entregaron y confesaron esperando, seguramente, la protección del Papa. Pero éste, con la bula Vox in excelso (22 de marzo de 1312) acabó con ellos. Jacques de Molay se retractó, el gran Maestro, se retractó de su confesión anterior y con Godofredo de Charney, preceptor de Normandía y custodio de la Sábana Santa, fueron condenados al fuego en una islita del Sena y a la puesta del sol, el 18 de marzo de 1314, según cuenta Godofredo de París, testigo del suplicio: “El Gran Maestro, cuando vio el fuego encendido, se despojó sin tardanza de sus vestidos… excepto de la camisa, y lentamente y con aspecto tranquilo, avanzó sin temblar en absoluto, aunque le empujaban y golpeaban mucho. Lo sujetaron para amarrarlo en el palo y le ataron las manos con una cuerda, pero él dijo a sus verdugos: «Al menos, dejadme que una mis manos un momento para decir a Dios mi oración, porque este es su momento estando a punto de morir, Dios lo sabe, injustamente… En cuanto a vosotros, Señores, poned mi cabeza, os lo ruego, hacia la Virgen María, Madre de Jesucristo (se refería a la Catedral de Notre Dame de París)». Se le concedió esa gracia y la muerte lo acogió tan dulcemente, en esa actitud, que todos quedaron maravillados".
No vale nada añadir más. 

miércoles, 3 de octubre de 2012

Desconocido.



Atenas. Lugar del Areópago (Colina de Ares)

El precioso libro de los Hechos de los apóstoles nos presenta a uno de ellos, Pablo, queriendo dirigir la atención de sus más o menos oyentes en el Areópago de Atenas hacia el Dios desconocido cuyo altar acababa de ver. Pero su fuego de enamorado chocaba contra la frialdad del pensamiento de los atenienses y su ciencia inigualable tendía como destino a las mentes pobladas por los chismes y las algaradas del Olimpo.
Aquel dios desconocido era, según parece, el que sin duda estaba, pero no se manifestaba, en el lugar en que se detuvo una oveja de las que, sueltas por Epiménides, indicaban al detenerse junto a uno de los muchos altares de la ciudad,  a qué dios se le debía sacrificar para acabar con la plaga que los asolaba. Así lo cuenta Diógenes Laercio.
Sin plaga ya y sin el nombre de aquel dios, a los sabios de Atenas, les sonaba a chino la argumentación de Pablo. Y el pobre apóstol se sintió tan decepcionado por la sordera de la filosofía, que abandonó aquella ilustre capital del saber.     
¿Qué haría Pablo en esta Colina de Ares nuestra, llena de altares a los dioses bien conocidos del Éxito, el Placer, el Dinero, el Premio, el Enchufe, la Recomendación, la Zancadilla, el Trofeo, el Egoísmo, la Celebridad, la Fama, la Importancia… si la voz del que recomienda el Sacrificio, la Generosidad, el Altruismo, el Trabajo, la Renuncia, el Perdón, el Amor, la Cruz … como camino seguro hacia la Grandeza, queda apagada  por nuestra sordera y se pretende matar al que nos la dirige?   
Si tenemos que construir una ciudad en la que no nos perdamos porque todas las calles nos lleven a la muerte, debemos despertarnos del letargo del Olimpo moderno y grabar en el alma de los que nos quieren el dulce nombre de Jesús, el Dios desconocido.