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domingo, 10 de julio de 2011

El viaje de Haru


El director japonés Masahiro Kobayashi ha presentado hace pocas semanas su última película: El viaje de Haru. Un viejo pescador y su nieta deben ir hacia el Sur porque, sin trabajo y sin recursos, han de buscar horizonte a su vida construyendo un nuevo hogar. Se trata de una crítica social al Japón de hoy. Y lo hace - dicen los comentaristas especializados - con una austeridad y sensibilidad extraordinarias.
Como vivimos en medio de olas que tienen el mismo sabor amargo, podemos aprender, al menos, a advertir la actitud con que se afrontan situaciones como esa.
El director-pensador se adentra en la entraña de su país que está seriamente afectado por la falta de esperanzas, de esperanza en el futuro. Y debe tenerse presente que la película se hizo antes del terrible cataclismo que rompió  al Japón de tantos modos.  Y que se hizo precisamente en un pueblecito pesquero de la región de Hokkaido que quedó totalmente anegado por las aguas: un pueblo milenario que súbitamente, en cuestión de horas, desapareció del mapa.
El filme es el relato de la vida de dos personas y su tragedia en medio de la crisis financiera del Japón.
Para los países extranjeros – afirma Kobayashi y copiamos sin comentarios porque no hacen falta - parece que estamos todos unidos en una situación muy difícil, pero debo decir que esta unidad no es suficiente para que la gente viva feliz, porque al final todos somos seres individuales tratando de sobrevivir en una sociedad capitalista. La idea que hay en la sociedad japonesa de hoy en día es que estar unidos es lo más importante, pero me parece que todo el mundo se está olvidando de vivir sus propias vidas. Y entre la poca gente que lo hace, se ha creado un sentimiento de rechazo, de antipatriotismo, que considero un tipo de reacción muy fascista. Creo que la sociedad japonesa está yendo en una dirección muy peligrosa en este sentido. Creo que la gente debe ocuparse de sus “pequeñas” vidas y enfrentarse a sus “pequeños” problemas, esos de los que nadie habla ahora, pero que son determinantes.
… Hay problemas muy serios aparte de esos…. la Seguridad Social tiene graves condiciones estructurales. Con el pretexto de desarrollar esa Seguridad Social el gobierno subió hace tiempo el impuesto de consumo, pero aún no hay suficiente dinero, y están debatiendo sobre cómo aplicar recortes de cobertura social y subir el impuesto. Yo diría que el gobierno está gastando donde no debe gastar y recortando donde no debe recortar. Hay mucha gente que quiere trabajar pero no puede, sobre todo ancianos, como ocurre en la película, que súbitamente se han quedado sin nada y ya no pueden recomenzar”.

domingo, 26 de junio de 2011

"Estoy hundido..."

Se oye alguna vez esa expresión como manifestación del derrotismo que mina el espíritu: “Todo se acabó para mí”. Hay decepciones, fracasos, pérdidas, desgarros, desgracias de tan hondo calado, que quien lo sufre ve o cree que ha llegado el momento en que nada ni nadie importa ya.
Y, sin embargo, estos gravísimos hechos, que suceden con frecuencia; o esa sensación de abatimiento mortal que sigue a hechos no tan mortales, pero sí sensibilísimos para el que los padece, nublan la mente. Y no dejan ver que el camino sigue abierto, que la meta en la que siempre se pensó, sigue allá y que las fuerzas no han quedado tan mermadas ni la capacidad de recuperación tan arrasada ni el deber de dar dignidad a la vida tan roto que impidan seguir viviendo. Es precisamente en la ocasión de la prueba cuando cada uno debe darse a sí mismo (y si es necesario u obligado a los que lo rodean) la muestra de que no estamos hechos de debilidad, sino de superación. Que no nos hemos acostumbrado a vivir sin luchar, a luchar sin recibir heridas, a recibir heridas sin sucumbir.
Y es en esos momentos de contradicción cuando mirar a la historia debe servirnos de estímulo. Historias de mujeres y de hombres (diría que más mujeres que hombres), de personas que se han demostrado a sí mismas que eran más capaces de sufrir de lo que hubieran creído y más ricas de valentía de lo que pensaban. Son personas que dejan de ser “vulgares” (que nunca fueron: sólo lo parecían) para asombrar con la entereza que siempre tuvieron pero que no pudieron ni necesitaron estrenar porque no hizo falta. Y hablamos de la historia de personas a las que debemos mirar con admiración, con afecto, con agradecimiento  y con ánimo de imitar.
No sé si primero fue su “ex libris” y después unos versos o al revés lo que Gregorio Marañón, que a tantos escucho y a tantos ayudó a redescubrir el norte de su vida, nos dice sobre ello de este modo:
  
¡ARRIBA, CORAZÓN!
Arriba, corazón, la vida es corta
y hay que aprender a erguirse ante el destino.
Sólo avanzar importa,
arrojando el dolor por el camino.

Otras horas felices
matarán a estas horas doloridas.
Las que hoy son heridas
se tornarán mañana cicatrices.

Espera siempre, corazón, espera
que ninguna inquietud es infinita,
y hay una misteriosa primavera
donde el dolor humano se marchita.

Con tu espuela de plata
no des paz al corcel de la ilusión.
"Si la pena no muere se la mata",
¡arriba, corazón!