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lunes, 27 de marzo de 2017

Poveglia: la isla de las enfermedades raras.

Poveglia es una preciosa isla de las que pueblan la llamada Laguna de Venecia. Está situada a la mitad del Lido de Venecia o de Malamocco y tiene una forma peculiar porque, además de estar dividida por un canal, tiene un apéndice llamado por su forma el Ottagono (a nosotros nos sonaría mejor Octógono, pero en Venecia las cosas son como en Venecia) que junto a otro, llamado Alberoni, eran fuertes para detener, por si acaso, a la enemiga flota genovesa en el siglo XIV.
La isla de Poveglia tiene una historia larga y triste. Hoy está deshabitada y no es posible visitarla. Se cree que ya los romanos la utilizaron como destino de personas aquejadas de enfermedades incurables y contagiosas. Y se sabe con certeza que la peste del siglo XIV, importada tal vez de Oriente, obligó a convertir la isla en el cementerio de sus víctimas. Y más adelante en lazareto de los enfermos de ese mal para los que no se pronosticaba curación, que era la mayor parte. Pasados aquellos tristes tiempos y desaparecidos aquellos irremediables males, pareció que era un lugar muy a propósito para un sanatorio psiquiátrico. Pero en poco tiempo hubo que abandonar sus amplias instalaciones dedicadas a intentar la salud de los enajenados de mente. Entre otras razones porque se propaló la voz de que se había convertido en un escenario de apariciones y fantasmas. No es verdad, porque no hay apariciones ni fantasmas. Pero hay gente que cree en ellos. 
Todavía en el siglo XX parece ser que hubo quien intentó utilizar las viejas instalaciones para experimentos que lograsen la curación de enfermedades raras o incurables.
Y ahora nuestra aplicación concreta e inmediata. ¿No se está convirtiendo nuestra sociedad en un racimo de islas povelias en las que se asientan todas las desviaciones de la buena salud?
Contemplemos la amada isla de nuestra propia familia. Y observemos a qué destino la abrimos. No vale decir: ¡Las cosas son hoy así! ¿Qué vamos a hacer? ¡No es para tanto! ¿Quién va a poner coto a los tsunamis que se nos vienen encima día a día? Y no solo porque pagar caro nuestra desidia o indiferencia o cobardía no va a alejar la peste, en algunas de sus formas, de nuestro entorno familiar. Sino porque declararnos decidida y oportunamente opuestos a cualquier contagio es nuestro oficio: noble, digno, irrenunciable, valiente y gozosamente esperanzado.

jueves, 31 de marzo de 2011

Amad la vida y respetadla

El aire huele a vida. El valle del Jerte estalla de blanco y dentro de pocos días (estamos a 31 de Marzo) parecerá un valle nevado. En muchas calles de nuestras ciudades se han encendido de vida los ciruelos japoneses (los expertos los llaman Prunus cerasifera) que hacen del paseo un regalo indecible. Y en muchas de nuestras ciudades un gentío que ama la vida, que defiende la vida, que desearía que ninguna vida quedase hundiese en la sentina del egoísmo, sale a proclamar su fe en la vida.
Hace muchos años un joven sacerdote, débil de fuerzas, pero recio en ser leal a la vida, visitaba las cárceles, conducido por otro santo defensor de la vida. Nuestro aprendiz de ministro de la Vida descubrió que las prisiones que visitaba, llenas de jóvenes, eran la antesala de la muerte, física o moral. Y descubrió que el Señor de la vida le destinaba a salvar aquellas preciosas existencias. Era Juan Bosco.
Muchos años más tarde, en 1884, pocos antes de su muerte, hablando en la fiesta de su santo a un grupo de jóvenes sacerdotes, antiguos alumnos del Oratorio de Valdocco, que habían ido a felicitarle:
“El Señor, que nos quiere a todos felices, nos da a conocer con estos azotes lo preciosa que es también nuestra vida temporal. Y vosotros, queridos hijos míos, procurad en vuestros sermones hablar a menudo de la muerte. Hoy en día no se hace aprecio alguno de la vida. Uno se suicida porque no puede soportar los dolores y las desgracias; otro arriesga la vida en un duelo; éste la derrocha en el vicio; ése se la juega en arriesgadas y caprichosas empresas; aquél la echa por la borda, arrostrando peligros para lograr venganzas y desahogar pasiones. Predicad, pues, y recordad a todos que no somos nosotros los dueños de la vida. Sólo Dios es el dueño. Quien atenta contra su vida, hace un insulto contra Dios; la criatura hace un acto de rebeldía contra su Creador.
Vosotros, que tenéis talento, encontraréis ideas y razones en abundancia y la manera de exponerlas para inducir a vuestros oyentes a amar la vida y respetarla, con el gran pensamiento de que la vida temporal bien empleada es precursora de la vida eterna”.