Mostrando entradas con la etiqueta bienestar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta bienestar. Mostrar todas las entradas

lunes, 31 de octubre de 2016

Austero yo?

Fue Décimo Junio Juvenal quien escribió en el puente del siglo I al II, en su sátira 10, esta frase que tanto repetimos los viejos: … nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones, omnia, nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses…. Que viene a decir (pero no te contentes con mi traducción un poco rastrera): … pues quien daba en el pasado el poder, la justicia, el ejército, todo… ahora se contenta afanosamente con sólo dos cosas: pan y circo. Ya sabes: circo eran los espectáculos que se regalaban al pueblo para tenerlo contento; y pan el remedio del descontento de los pobres que habían visto subir el precio del trigo y necesitaron convertirse en paniaguados del Estado.
La annona era un derecho. Había empezado, como sabes, siendo una diosa (con mayúscula, por tanto: Annona), protectora de las trojes oficiales. Y se convirtió en el sustento gratuito o casi gratuito que, desde Cayo Sempronio Graco el año 123, recibía el pueblo. Treinta y dos años más tarde 40.000 ciudadanos romanos tenían ya derecho al sustento público. Augusto se encontró en Roma, cuando estrenaba siglo (nuestro siglo I), con  200.000 de estos. Se alegraba de haber podido robustecer al Estado y a 50.000 de sus sustentados al quitarles el pan y hacer que se lo ganasen. 
Pero poco más tarde, Septimio Severo se dijo que por qué los de su pueblo (Leptis Magna, en África: hoy Lebda a 130 kilómetros al Este de Tripoli) no iban a tener los mismos derechos que los romanos de Roma. Y el número de los beneficiados subió hasta 320.000. Septimio Severo Alejandro mejoró la cesta de la annona y en vez de trigo, para ahorrar trabajo a su sudoroso pueblo, le dio trigo hecho ya pan. Y Aureliano, en el alba del siglo III, daba ya pan y medio por cabeza. ¡Y vino! ¡Y carne de cerdo!
Este fue el Aureliano (Lucio Claudio Domicio Aureliano, que era húngaro, es decir, de la Panonia romana) que dejó su nombre en la muralla de ladrillo, todavía visible en Roma,  que levantó por miedo a los bárbaros que venían despeñándose desde lejos. Y no se daba cuenta de que los bárbaros que estaban acabando con el Imperio estaban dentro. Y que fueron estos bárbaros domésticos, con sus regidores, los que llevaron a Roma al derrumbe económico y a su desintegración y desvanecimiento.
Y como esta historia es de por sí elocuente para todos los tiempos, ¡ojalá que valga para el nuestro!

lunes, 14 de marzo de 2011

Caminar, caminar...


Acabo de contemplar una viñeta inteligente, sorprendente: presenta a un hombre en una silla de ruedas tirada por un perro casero. ¿A dónde lo lleva? ¡A ningún sitio! El perro patalea en una cinta de correr.
Puede parecer extraño que los santos toquen temas que parecen propios de una clínica de rejuvenecimiento. Pero, no. Los santos vivían la realidad de la vida en la cercanía a los hombres y de ellos tuvieron siempre cuidado y atendieron santamente a su salud. Don Bosco, un santo que “lo hizo todo con lógica”, como dijo una vez un buen conocedor suyo, escribía a este propósito: 
El movimiento es lo que más aprovecha para la salud. Tengo realmente motivos para reconocer que viene de esto. Siendo yo seminarista, y en los primeros años de mi sacerdocio, siempre andaba delicado; después me moví mucho y me puse de nuevo bueno. Recuerdo todavía que una vez anduve con don Francisco Giacomelli más de veinte millas piamontesas en un día. Salimos de San Genesio para hacer unos recados en Turín y volver después a Avigliana. Otras veces salía de Turín e iba a I Becchi en seis horas y hacía a pie las doce millas sin casi parar un instante. Aún ahora, cuando me siento muy cansado y oprimido, salgo, voy a ver a algún enfermo hasta el Po o hasta Puerta Nueva y no tomo ningún vehículo, de no ser necesario por la importancia de un trabajo, las prisas o el peligro de faltar a una cita. Yo soy del parecer de que una causa, y no indiferente, de la falta de salud en nuestros días procede de que no se hace el movimiento que antaño se hacía. La comodidad del ómnibus, del coche, del ferrocarril quita muchísimas ocasiones de dar paseos, aun breves, mientras hace cincuenta años se tenía por paseo el ir de Turín a Lanzo a pie. Me parece que el movimiento del ferrocarril y de los coches no le basta al hombre para encontrarse bien. Aprovecha, por ejemplo, excitar el sudor en los pies y este efecto no se obtiene estando sentados; además, el movimiento que parte del pie, esa pequeña sacudida que se da al cuerpo al golpear el suelo con los pies, me parece que excita todo el cuerpo y le da vigor.
El ejercicio físico es un consejo que todos los médicos, o casi todos, dan para arreglar cualquier mal del cuerpo o casi todos. Pero es que con ese ejercicio del cuerpo y sus consecuencias valiosas vienen otros ejercicios no menos necesarios y beneficiosos: de la mente, de la voluntad, de la capacidad de observar la Naturaleza y gozar con ella, de ejercitar cuando es posible el compañerismo y la solidaridad.