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domingo, 9 de junio de 2019

Plantas insectívoras y Sana Conversación.

Tal vez conozcamos poco de las mal llamadas plantas carnívoras. Y  las consideremos molestas, feas o inútiles en nuestra vida. Y acaso también comentemos  que no tienen sentido en lo diario de nuestro entorno. Pero tal vez igualmente ignoramos que pueden sernos útiles en nuestra existencia diaria en las temporadas de calor y frecuencia de insectos molestos. Hay culturas en las que son plantas de presencia constante y de precio muy asequible. Ocupan poco espacio en un balcón o en el interior de casa. Y son guardianas del aire, porque su dulzura atrae más que nuestro sudor y porque sus lentas, pequeñas y eficaces garras acaban con esas visitas indeseadas.     
Hay en otro ámbito de nuestra vida (las relaciones, las visitas, las conversaciones…) otro mundo de insectos maléficos o, al menos, molestos que pican, inyectan veneno deformante, provocan actitudes de molestia, rechazo, exclusión… para el que debiéramos siempre estar preparados y preparar.
El cotilleo, la murmuración, el despecho, el comadreo, el chismorreo… constituyen el alimento normal de algunas personas y de algunos grupos de personas. Es triste. Porque si cada palabra es un tesoro que entregamos a otros con el que podemos hacer más sólida la amistad, más firme la cercanía, más sabia la mirada hacia el mundo y la historia, sucede que algunas veces (¡menos mal si solo son algunas!) convertimos nuestros encuentros en una sentina a la que acuden inevitablemente esos insectos parásitos del espíritu.         
¿Hay plantas carnívoras para ese mal? 
Una conversación en la que la amenidad, el buen gusto, la referencia interesante a la historia menuda o grande, lejana o muy próxima, rica de experiencia y de gracejo queda convertida en un proceso de construcción de criterio, respeto y educación es un regalo que siempre podemos acoger o dedicar.
Los que intentamos formar para el futuro, debemos tener muy presente esa dimensión privilegiada de la conversación para acercar sabiamente a ella a los que, detrás de nosotros, van a ser constructores, ¡ojalá!, de un mundo cada día más noble, más respetuoso, más sensato, más luminoso.

martes, 7 de mayo de 2019

Ustedes perdonen.


La noticia no es noticia porque, además de ser pequeña, ya no te es noticia si ya la conoces, pero nos sirve para compartir una reflexión, muy corriente y oportuna.
Una mamá coreana viaja de Seúl a San Francisco con su primera hija, Junwoo, que tiene cuatro meses.  Y tiene un temor: que la niña llore y moleste a los compañeros del largo viaje que deben hacer. “Compañeros” porque van juntos, pero desconocidos y probablemente de muy diferente talante y de variado aguante, de día y especialmente de noche, si la niña se expresa como una niña de cuatro meses y llora.
La joven mamá preparó –leo– varios cientos de bolsitas con dulces y tapones para los oídos y los repartió entre los viajeros. Quiso así pedir disculpas anticipadas por las posibles molestias que pudiera causar su hijita y aliviar la molestia de su posible llanto.
Los pasajeros se expresaron con mucho agrado por viajar con una preciosa criatura, pero afirmaron que no era preciso el gesto elegante de la joven mamá.
Coincidieron los que al leer esta simpática noticia lo comentaron en sus glosas de internet, pero algunos añadieron que es muy frecuente que nos quejemos por alguna nadería que se nos hace insoportable, solo porque no nos gusta. O que la tolerancia ante lo que nos desagrada es más frecuente de lo que debiera darse. 
Es verdad que en nuestra condición de formadores y de conciudadanos debemos orientar y criticar lo que nos parece injusto, egoísta, hiriente, inmoral, desaprensivo…. Pero en la conversación (o en la discusión o en la manifestación de nuestras entretelas) debiéramos ser y enseñar a ser más pacientes, tolerantes y comprensivos para permitir que no se nos escape la oportunidad de corregir yerros.

martes, 11 de diciembre de 2018

Un raro Pulpo.


La imagen de este animal, que aquí se nos presenta, se debe a la ayuda de la telecámara de un submarino robótico de la expedición Ocean Exploration Trust a ochenta millas al Oeste de Monterey y a tres mil metros de profundidad.
Lo llaman “Dumbo” porque dicen que se parece al elefantito de Disney. Pero es, dicen, un pulpo, un pulpo raro, pero un pulpo. Un Grimpoteuthis bathynectes (ese es el solemne nombre que le han dado) de sesenta centímetros, que se alimenta de crustáceos, gusanos y moluscos.
Los apéndices que luce como orejas atentas no se han estudiado todavía dada la dificultad de observar esas realidades de vida tan profundas.
Pero contemplarlo vale para una sencilla reflexión sobre el bulismo infantil. Y escribo infantil porque es propio de quien no ha madurado como para comprender la amplitud, la riqueza, la dignidad de cualquier ser vivo, pero especialmente de las personas más cercanas.
¿De dónde nace esa práctica pueril que tanto mal provoca? ¿Podemos afirmarlo sin error? Sí. De los padres y solo de ellos adquieren los niños la capacidad de medir. Aprenden de ellos a clasificar, a medir el calibre de los bienes y los males, a comparar la altura o grandeza, la bajura y raquitismo de todos los que no son “de la familia”. La crítica es una práctica mezquina e inmadura en la vida de relación. Pero es muy frecuente que el criterio de valores (de cualquier tipo que se piense) que expresan los padres (el padre y la madre) en el hogar sea decidido, decisivo, tajante, exagerado. A veces va envuelto en un sentimiento de envidia o de revancha, de desahogo, de superioridad que sirve para plantar una cátedra propia de jueces.
Cuando esa debilidad en la entereza del respeto al otro, a todo otro, se une a la del amigo o compañero o grupo o rebaño, el contagio del placer de mortificar, la tendencia a acosar al animal herido, el regusto de creerse superior, la falta de compasión, el instinto desbocado forman escuela.
No es difícil en nuestra vida de relación comprobar que muchos, demasiado…, hasta el más necio  (seguramente más que ningún otro) viven embistiendo y son capaces de juzgar, de clasificar, de condenar, de despreciar –sin más- al que no le cae bien.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Ultracrepidario: no juzgue por encima...

Probablemente la palabra ultracrepidario es fea. Pero así le llamó hace ya muchos años William Hazlitt a otro William, William Gifford, porque le había criticado repetidamente su estilo literario. Y cuatro años más tarde, en 1823, un amigo de Hazlitt, Leigh Hunt le arrojó el mismo epíteto en defensa de su amigo. Eran hombres que se bañaban en la cultura clásica.  
Los que la dominan hoy, aunque no se peguen con sus colegas, saben que todo viene de aquella diatriba que se entabló hace como 2350 años entre el pintor Apeles de Coo y un zapatero. Lo contaban, en Latín, naturalmente, Valerio Máximo y Plinio el Viejo con casi iguales palabras: “Ne supra crepidam sutor predicaret” le dijo el pintor al que puede traducirse como “Que el zapatero no juzgue por encima de la sandalia” (ultra equivale a super o supra).
Un zapatero le dijo a Apeles que las sandalias no son como las había pintado. Y parece que Apeles le escuchó con sosiego. Al día siguiente el zapatero, engreído al ver que Apeles le había hecho caso y había corregido, le criticó también la pintura de una rodilla. La respuesta del paciente Apeles fue la que ya has leído. En griego naturalmente.
Breve y abreviadamente se suele decir en castellano: Ne sutor super crepidam. Y me viene este recuerdo cuando en estos días pasados se oye criticar sobre política y se escuchan propuestas sabias sobre el modo de conducir el rebaño humano. Y no sólo sobre Política, sino sobre todo lo que hay debajo del Cielo (ojalá no intenten escalarlo).
Hay quien tal vez sepa mucho de lo suyo (¡vaya usted a saber!), o tiene una hornacina en la galería de honores humanos (o cree tenerla), o se considera oráculo de la verdad porque dispone de un papel o un micrófono, o es un as en un cierto arte o profesión, y se dispone a decir a los responsables, que se supone que son expertos, cómo deben hacerse las cosas según su consejo.
Son igual que esos veteranos que generalmente con buen humor pasan horas contemplando una obra pública y callejera  e intercambiando opiniones sobre el modo de rematarla. 

jueves, 2 de marzo de 2017

HiRISE, fotos desde Marte.

Saluda conmigo a HiRISE: “¡Buenas noches, HiRISE!”. HiRISE es, como sabes (y, si no, te la presento) una cámara de alta resolución que capta imágenes de y desde Marte. Mejor, desde cerca de Marte. Porque va sobre el MRO (u Orbitador de Investigación de Marte) desde agosto de 2005. Y gira alrededor de Marte. 205 millones de kilómetros la separan de nosotros.     
HiRISE fotografía a Marte. Es su misión. Pero tiene momentos de nostalgia y la dejan que fotografíe a la Tierra. Y a la Luna al mismo tiempo. Esta foto (en verdad, nos dicen, es un no-engañoso, pero sí necesario, “amaño” de fotos para que la podamos ver bien) se hizo hace dos meses. Hubo que iluminar un poco a la Luna que, en realidad, es menos brillante que la Tierra. La zona rojiza del centro de la imagen es Australia. La Antártida es la mancha brillante en la parte inferior izquierda. Otras áreas brillantes son nubes.
¿Qué me inspira todo este trasiego cósmico cercano? Nada, pero a mí se me ocurre algo en lo que he estado pensando mucho estos días pasados de fin de año y de rendimiento de cuentas: el desconocimiento real, auténtico y resignado que deberíamos no tener y que tenemos de los que orbitan junto a nosotros día tras día.   
Nos da miedo preguntar, porque sabemos que vamos a herir o porque estamos seguros de que nos van a mentir. Pasamos por alto y desaprovechamos todo lo que nos podría llevar a conocer y compartir sentimientos, problemas, estados de ánimo, desilusiones, dificultades, heridas, derrotas y… muerte de sueños que no deberían haber muerto nunca.
El camino no es casi nunca preguntar. Casi siempre es tarde para hacerlo. El camino empezó hace mucho tiempo. Nos parece que avanzamos al paso. Pero hubo un momento en que callamos emociones y nos fastidiaba escuchar – y no escuchamos - las de los que aparentemente nos acompañaban y nos acompañan en un camino en el que ya no compartimos lo más valioso de nuestras vidas y de nuestra misión de modelarlas, que es la emoción de querernos, porque escuchamos y con-sentimos. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Has visto?

Resulta que lo de pedir un asiento para cambiar de aires en lejanos lugares no era solo un pacto, más que amistoso, entre aquel cuervo y aquella águila calva de Seabeck que ya contemplamos. Mire usted ahora este mirlo de alas rojas (Agelaius Phoeniceus) en la grupa de una Poiana de Jamaica (Buteo Jamaicensis), de la Reserva Natural de De Soto y Boyer Chute de Nebraska y Iowa, en la fotografía de Mike White; y esta osada comadreja (Mustela nivalis) -que puede verse al final de nuestra entrada- bien segura sobre un pájaro carpintero verde (Picus viridis) de algún lugar misterioso de estos lares. (Lo de bastardilla encerrado en paréntesis es para mi querido amigo Heliodoro que gusta, me dice, de acercarse al mundo vivo con nombres siempre vivos). 
Nuestro mal es que no miramos hacia arriba. Miramos, en cambio, mucho el fango que nos rodea y que no llega a animarnos a cambiar de camino. Es verdad que estamos hechos de barro (¡o de alguna otra sustancia menos noble!) pero ni podemos contentarnos con llorar nuestro sino, ni contagiarnos con la mísera convicción de algunos de que, de mancharse, hay que hacerlo hasta el tuétano. Es esa verdad (que vemos en crónicas de sociedad, de falso deporte, de pseudoarte, de economía, de política y hasta de religión) para algunos que hacen del lodo, que tantas cosas tapa, una meta, un objeto y un instrumento artero de muerte.
A nuestro alrededor hay muchos que pisan la tierra y vuelan sin mancharse, y cargan con otros, con sus caprichos, sus debilidades, sus cobardías, su vagancia, sus reticencias para ponerse a hacer algo por los demás. Y hay otros que critican que se atienda a gentes que huyen de la persecución en sus hogares, de pobres sin nada, de soñadores o de ilusos que saltan la valla creyendo que van a encontrar salvación y encuentran desconfianza, temor, rechazo… Sigo volando (o enlodándome) pero yo solo, hablando mucho, despotricando mucho, pero sin tener que cargar con nadie que no sea yo mismo. 
En el precioso mundo de nuestros estímulos para hacer del otro un yo-mismo hay un ejemplo maravilloso que nos propuso el Maestro de todo Amor: el del caminante que se encuentra, bañado en el barro de la agresión y del desprecio, a un miserable extranjero, un juthita, un cutheo, un abominable samaritano y… carga con él. 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Es vil y despreciable.

Este animal que preside la lectura de hoy es un ser admirable. Vive en fondos marinos de Nueva Zelanda a mil metros de profundidad hasta donde no le ha interesado a nadie llegar hasta hace poco. Lo llaman, me parece, blopfish. Es pacífico y digno. Y, según nuestros estrechos criterios estéticos, muy feo.
No hay ser vivo que no sea, como el blopfish, pacífico. ¡En principio! La violencia de algunos animales los mueve a actuar como animales: depredadores, voraces, sañudos, reivindicativos, agresivos… todo lo que quieras, pero siempre en el ejercicio forzado de su animalidad. Nunca son viles. Un león ataca a un antílope porque necesita hacerlo para vivir. Un tigre que ataca, despedaza y se come un bisonte cumple con su deber. Y un cocodrilo como el de la derecha hace suyo a un aborregado ñu que intenta, como todos, atravesar un río.    
La vileza es una propiedad exclusiva del hombre. El hombre piensa, razona, estima, juzga, construye… y ¡ama!  Y ese hombre que se juzga a sí mismo digno, respetable, merecedor del aprecio de otros hombres, representante del grupo del que forma parte, forjador de un futuro más noble, más libre, más generoso no puede ser vil. No lo es, pero a veces nos comportamos con vileza. Nos convertimos en seres despreciables. Es vil, despreciable, el que no deja que el otro, todo otro, piense como quiera, vote a quien quiera, escriba lo que quiera, haga lo que quiera aunque no le guste. Porque si, en su afán de husmeador, descubre que el otro ha actuado de verdad mal, tiene el deber de hacerlo saber a la autoridad que corresponda que, sin duda, intervendrá también como corresponda. Digo yo. Atragantan los jueces aficionados que todo lo cascan, lo miden, lo critican y lo condenan. En los medios de comunicación (¿comunicación?), sermones, tribunas de televisión y de prensa, por la calle, en las tertulias, en los mentideros de todo tinte y calibre, en la mal llamada política, en los partidos, en las instituciones…. hay siempre algún mentecato, mal de la cabeza, que se siente con derecho y superioridad para decir cómo hay que hacer las cosas (¡si solo fuese eso!), calificar (¡descalificar, claro!), atacar, insultar, zaherir, despreciar, morder, despedazar si puede… al que no piensa como piensa él y no dice lo que manda él. Es el patético dictador que nunca admite que ejerce ese inaguantable oficio (¡ay de ti si se lo intentas explicar!), mientras que no acepta de ningún modo cualquier otra dictadura que no sea la suya.
Hay quien se recrea en sentirse rey del pensamiento, dispensador de opciones políticas, de fórmulas económicas, morales, sociales, inquisidor de intenciones ajenas y tristemente vil  payaso del gran circo del mundo. 

jueves, 2 de abril de 2015

Será verdad?

Aseguran que sí. Que hay naciones que sobresalen por su progreso, riqueza, ejemplaridad, hidalguía, orden, disciplina, belleza, acogida… y muchas cosas más (bueno, esas “naciones” no son así; así son sus “nacionales”). Y lo atribuyen a que los niños cuando nacen, se juramentan para vivir siempre orientados en sus actos por la ética, en su conciencia por la integridad, en su conducta por el respeto a las leyes y a los derechos de los demás, en sus relaciones por la responsabilidad, en sus movimientos por el amor al trabajo, en el uso de los valores por el ahorro y la inversión, en sus metas por la superación y en el uso del reloj por la puntualidad.
Y si no se juramentan, lo maman y lo van copiando después de los que ya están siendo así. No es nada anormal. Es como si los niños quisiesen tener piernas, manos, pulmones, ojos, boca, aire, agua, calor, palabra… Diríamos: ¡Lógico! ¡No puede ser de otra manera!
Pero muchas veces debemos confesar que acusar de corrupción a muchos, de incapacidad a la mayor parte, de errores a los que mandan, de persecución a los que no juegan con nosotros… es un oficio que nos ocupa demasiado tiempo, demasiado juicio crítico, demasiada inquisición y demasiado espacio que seguramente no nos toca ocupar. Y nos distraemos de otro oficio, el nuestro: que es estimular a los que comparten la vida con nosotros (hijos, esposos, educandos, amigos, compañeros, compadres…) para que la vivan en todas sus dimensiones al cien por cien. Que no sean indolentes cuando es tiempo (y tiempo es cada día de la vida) para adquirir competencias; para fortalecer el sentido de justicia; para enriquecer ese sentido con el de la generosidad. Que no sean ruines para aceptar que el otro, sea quien sea (no solo el amiguete), ha acertado, tiene buena voluntad, desea hacerlo mejor. Que no sean blandos en tener o permitir gastos que no son solo pura complacencia, sino inoculación de despilfarro en el ritmo de la existencia.
Nos toca construir el mundo. No solo discutir a los que lo intentan hacer y se equivocan. Y tenemos para ello a disposición la espléndida escuela de la vida en la que tenemos que inyectar, suave pero decididamente, lo mejor de nuestro yo. 

miércoles, 18 de marzo de 2015

Primera piedra.

El 22 de Abril de 1865 se puso la primera piedra de la Basílica de María Auxiliadora en Valdocco, Turín. Don Bosco, que siempre buscó el apoyo de los que podían prestarle ayuda, pidió al rey su presencia en el acto. Este delegó la presidencia de la bendición en su hijo, el Duque de Aosta. Al día siguiente del solemne acontecimiento el Duque envió un donativo y algunos aparatos de gimnasia que había usado en su juventud en Moncalieri.  
Florecía entonces en aquel solar de la futura basílica un pequeño manzano. Don Bosco recomendó a sus inquietos muchachos: “No lo toquéis”. Cuando cayó la primera manzana madura los chicos, con hojas, la cogieron y llevaron a Don Bosco, que envió esa y todas las demás a Amadeo. Este dio un donativo para el templo y una merienda a los muchachos “por las sabrosísimas manzanas que me han enviado”.  
El Amadeo del que se habla en esta crónica es el mismo que, a partir de 1870 y durante poco más de dos años, fue un extraño Rey de España, como bien sabes. Con 191 votos a favor del Parlamento, pero con dificultad de encajar en una España, como casi siempre, dividida, displicente y mal educada por arriba y por abajo.  
Las lavanderas de Madrid le enviaron, a su muerte, una corona de flores artificiales que se puede todavía ver en el panteón real de Superga.
Pero nuestra reflexión a propósito del que aquí se llamó “el Rey Caballero” y de Don Bosco, siempre acertado en sus relaciones, debe servirnos para orientar nuestra educación en el trato: respeto a la autoridad, aunque no nos convenzan sus ideas y aun sus actuaciones, delicadeza en nuestras relaciones con ella, agradecimiento y finura en los gestos, decisiones y modos de acercarnos a quien representa de algún modo el instrumento de gobierno en cualquier esfera o nivel.

Vivimos años de inquietud nerviosa una “tarantela” (ya sabes, el baile de nervios que la picadura de la tarántula provoca en el que la toca) que nos lleva a despotricar (ya sabes, la agitación convulsa y sin sentido del potrillo que se cree dueño de la carrera) contra todo y contra todos. Y así ni construimos ni dejamos construir. Y… así nos va.

viernes, 4 de abril de 2014

Niumbaha superba.



El murciélago panda (Niumbaha superba) es una especie de murciélago de la familia Vespertionidae. Basta mirarlo para que uno se dé cuenta de lo bien que le sienta el sobrenombre de Panda que le dan. Vive en los bosques de Ituri de la República Democrática del Congo, Ghana, Costa de Marfil y Sudán del Sur. Los estudiosos de estos pequeños mamíferos nocturnos dicen que es una especie rara que no se puede encuadrar entre los demás murciélagos del género Glauconycteris. Y por eso lo llaman “raro”, que es lo que significa niumbaha en la lengua Ubangui Azande que se habla en la zona concreta del centro de África ya indicada. Azande significa “el pueblo que posee muchas tierras”, ya que fueron guerreros y conquistadores.
Seguramente te han llamado la atención las zonas blancas de su pelaje que los hacen más atractivos y simpáticos y que despiertan las ganas de tener uno. No te lo aconsejo. No te enseño los incisivos, que son de miedo en los vampiros, los únicos que tienen desarrollados (no comen insectos como los demás murciélagos, sino que se alimentan de sangre, como sabes). A mí me han impresionado sus orejas. Grandes como las de todos estos animales que de noche deben descubrir con ese radar particular la presencia de insectos.    
Se acabó el niumbaha. Pero bueno es considerar que no son nada raro en la sociedad humana, diurna y nocturna, los y las lenguas largas. Piensa uno que a veces se impone por alguna ley poderosa el ejercicio de hablar. Copio algunos sinónimos cuya carga se siente especialmente en determinadas personas, grupos y tertulias…: parlotear, rajar, enhebrar, ensartar, predicar, arengar, sacar a colación, traer a cuento, meter baza (y no dejarla meter), calentarse la boca, hablar a chorros, hablar por los codos, proclamar, vociferar, gritar, interrumpir, traer, murmurar, criticar, rezongar, cuchichear, comadrear, chismorrear        
No nos damos cuenta de que nos escuchan o nos oyen (que no es lo mismo) personas que juzgan en silencio, condenan en silencio, clasifican en silencio, sufren en silencio, acumulan en silencio… Y, en silencio, como es natural, tratan de evitar una sola palabra que pueda servir de motor de arranque para los decidores, detractores y e interventores de la tertulia o de la conversación no enhebren de nuevo la palabra ¿Es que el silencio no es muchas veces mucho más precioso, más amable, más justo, más atractivo que la palabra? 

viernes, 21 de febrero de 2014

Yamal.



La capital de Yamal, en el Ártico, es Salekhard. Yamal significa en la lengua de los nénets “Fin del mundo”. Los nénets, los khantys y los selkup son los tres grandes grupos de pobladores de Yamal. Yamal es una península que tiene una extensión equivalente a un poco más de la cuarta parte de la de España. Allí está la fuente de la que se extrae la mayor parte del gas natural de Rusia. Con decir que al año se obtienen más de ocho millones de toneladas. Y hay renos, muchos renos. Bueno, medio millón de renos, si no nos paramos a contarlos con mucha atención. Renos nómadas que van y vienen según el momento del año en busca de pastos. Y que cuidan miles de pastores, igualmente nómadas, que dicen que a ver qué va a pasar con sus vidas si Gazprom, el monopolio ruso, le hinca el diente y les agujerea su  permafrost: ya sabes, el terreno helado de aquella latitud.  

La vida está condicionada para estos nómadas por la temperatura de su tundra. Veamos: por ejemplo, la media (¡media!) más baja, en 1900, fue de 11º bajo cero. La más alta, en 1940, de – 3º. Y la media más frecuente, entre -6º y - 7ºC.       

Hace algunos días veía un reportaje sobre la vida de aquella gente, encorsetada en espesos refajos, manguitos, perneras y gorros de piel. No es para menos. Y no se quejan. Lo más admirable de sus encendidas caras, pequeñas y grandes, según las edades, es su contento. Estoy seguro de que no se trataba del que produce que a uno le saquen en una foto. En sus tiendas, fuera de ellas, con los renos, en los juegos, durante la comida… ¡no se quejan! ¡Sonríen siempre!

Vivimos (al menos a mí me parece vivir) en un mundo en el que la queja, la protesta, el pinchazo al vecino y al lejano, al conocido y al ignorado, al pariente y al de DNI distante, el descontento, echar de menos no se sabe qué… es frecuente, en algunos casos, continuo y diría (¿pero quién soy yo para afirmarlo?) que patológico.

¿No ha pensado usted en aportar al mundo, al menos al mundo pequeño o grande que le rodea, una brizna de luz, una ráfaga de aire limpio, una chispa de calor? Somos nómadas, aquí abajo o junto al río Obi de la Siberia helada. No hagamos de nuestra casa un mausoleo de lona o de piedra o de humor negro en el que el huésped se nos quede de hielo.

martes, 11 de febrero de 2014

¡No hay remedio!



Quinto Horacio Flaco, nuestro Horacio de siempre, escribía en su segunda carta del primer libro de Epístolas al joven Lellio: Sincerum est nisi vas, quodcumque infundis acescit. Aunque es un latín que se entiende fácilmente, me atrevo a darles esta traducción, para salir del paso, a los especialistas en Inglés (y que me perdonan los maestros del Latín): Si el cacharro no está limpio, cualquier cosa que le eches se agriará.

Horacio escribía hace más de dos mil años. Pero qué bien diagnosticaba lo hondo del corazón de algunos hombres. De entonces y de algunos de ahora.

Entre los de entonces, un poco antes, Lucio Sergio Catilina, según parece porque le fueron mal los planes económicos que proponía al Senado, porque le fue mal su repetida aspiración al consulado, porque le fue mal su proyecto de dar más poder a las asambleas de la plebe, tramó una revolución.

Y entre los de ahora nos basta asomarnos a las asociaciones, a los grupos políticos, a la tertulias, a los “medios”, a la calle… para darnos cuenta de que algo queda en el fondo del corazón de algunos hombres que les hace ver, sentir y expresar que todo va mal, que todo les disgusta, que nadie acierta porque todos se equivocan, que todos actúan torcidamente (ahora está de moda decir torticeramente). Porque todos caminan y construyen a partir de sus propios intereses. ¡Todos, todos, todos! Menos ellos mismos. Y los suyos, naturalmente.

A mí, que soy ingenuo por naturaleza, no me preocupa especialmente lo descrito. Mi desazón nace al preguntarme, sin saber responderme (o respondiéndome de un modo que no me gusta), qué es lo que ellos han hecho de bien, hacen o saben y están en condiciones de hacer. Y qué habrá de acidez, de amargura, de resentimiento, de revancha en el fondo de su corazón cuando, por fin, se decidan a callarse y hacer algo.