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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Petrifying Well: no te quedes de piedra...

La bicicleta que ves es de piedra. Bueno,  parece de piedra. Porque está recibiendo el agua que cae hacia el pozo Petrifying Well, junto al río Nidd. Esa agua es tan rica en minerales que en poco tiempo estos se solidifican y dan, al cubrir los objetos que se colocan allí, un aspecto pétreo que asombra a los que lo visitan ¡desde mediado el siglo XVII!. Y desde entonces es una meta de visita y curiosidad para la gente que paga por verlo. Si deseas hacerlo, sábete que se encuentra en el pueblo de Knaresborough, en el condado de Yorkshire, a medio camino entre Londres y Glasgow. Es decir: en medio de Inglaterra.
Ya en 1538 John Leyland, anticuario de Enrique VIII, lo visitó y dejó escrito su testimonio en el que contaba que la gente del lugar bebía de aquellas aguas y se bañaba en ellas con la seguridad de que eran aguas milagrosas. O casi. 
El hombre, ahora y siempre, ha vivido y vive en una atmósfera social que no le deja indemne. ¡Ojalá sea solo por fuera como sucede en Petrifying! Pero la cabeza y el corazón no quedan siempre libres de la lluvia de criterios, costumbres, ritos callejeros, prácticas y contagios que le encierran en una especie de funda de piedra de inercias, de convicciones sin alma, de ataduras, de adhesión y pertenencia a grupos sin cerebro, de manadas de cabestros que hacen bulto pero nunca toman decisiones sensatas y acertadas.
Vivimos en una sociedad en la que creemos y cacareamos que somos libres. Pero basta escuchar durante unos minutos a algunas de esas personas “libres” y constatamos con cierta tristeza que están construidos interiormente con material de desecho. Les agrada repetir lo que han oído sin darse cuenta de que lo que han oído les ha impedido pensar por sí mismos, medir y ponderar el valor de lo que oyen y y tratan de hacer oír a los demás porque están convencidos de que esa  es “la verdad”: “¡Si es verdad!”.
El tesoro de nuestra vida de padres y educadores son nuestros hijos y educandos. Y nuestra tarea no está en convencerlos de que tenemos razón, sino acompañarlos en el difícil camino de escuchar, discernir, desechar y aceptar por sí mismos. No para rodearse de una capa aparente de saber y dominar, sino para enriquecer la mente y el corazón con la grandiosa y modesta actitud del que va aprendiendo, poco a poco y de verdad, la verdad.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Caminar... es la vida humana.

Conoces, sin duda, la triste historia del mundo. Triste por la tristeza que algunos de sus presuntos constructores sembraron en sus surcos. Y conoces el terrible choque entre fuerzas terribles, también en el suelo de Europa, desde 1939 hasta 1945, y la que llamaron victoria de aliados y condena de culpables.
De los veintidós acusados de responsabilidad en el centro del llamado Eje, el tribunal de Nüremberg encontró a doce merecedores de muerte, absolvió a tres y condenó a prisión a siete.   
Albert Speer, ministro de armamento de Hitler, había demostrado en su servicio ser un buen organizador. Y organizó también su vida en la prisión de Spandau: empleó a fondo, intensamente y en perfecta sistematización los veinte años de condena: estudio, lectura, redacción, proyectos... y caminar. Y, aunque parezca un poco frívolo, me voy a referir precisamente a esto.      
Había acabado el borrador de sus memorias y buscó y encontró un nuevo proyecto. Copio de una nota que encuentro sobre ello: “…mientras hacía su ejercicio diario, caminar en círculos por el patio de la prisión. Midiendo cuidadosamente la distancia de su recorrido, el arquitecto se dispuso a caminar la distancia de Berlín a Heidelberg. Más tarde amplió esta idea a un recorrido alrededor del mundo, visualizando los lugares a través de los que «viajaba» mientras caminaba por el patio de Spandau. ​Pidió libros de viajes y otros materiales sobre los países por los que él imaginaba que estaba pasando y mapas con las distancias reales del mundo, comenzando por el norte de Alemania, atravesando Asia por el sur antes de entrar en Siberia, cruzar el estrecho de Bering y poner rumbo al sur para finalizar a 35 km al sur de Guadalajara, México”. ​
Todo esto parece una sinrazón. Creo que no. Y en todo caso puede servirnos de útil  modelo para nosotros mismos y para los que reciben de algún modo de nosotros, vida y forma.
“¿Qué haces?”, preguntamos o nos preguntamos cuando no hacemos nada. Y no puede ser. El tiempo en el que no hacemos nada, debemos llenarlo de caminos, de ilusión, de deseo, de proyecto, de planes, de esperanza, sentimientos, de referencias, de altruismo, de resolución… No hace falta que lo que pensamos y soñamos se convierta siempre en realidad. Lo importante es que nuestro “yo” y el de nuestros educandos sea siempre un horno de ideal, de ambición, de afán, de convicción, de fe…

sábado, 5 de noviembre de 2016

Thomas Oliver Chaplin

Cantaba espléndidamente con la banda inglesa Keane a lo largo de ocho años hasta que en 2006 se hundió en el fango. Del fango logró salir para volver a caer otra vez nueve años más tarde. Él mismo dice que a comienzos de 2015  estuvo a punto de morir tras varias noches de alcohol y cocaína.
El que lee esta breve historia estará pensando que el cliché de ese viaje se repite en la historia de la música moderna como si triunfar fuese el principio de una carrera hasta el precipicio: ¿Por qué un buen cantor tiene que convertirse en una piltrafa de hombre? 
Escuchemos ahora a Chaplin, ya con 37 años, cuando presenta su primer disco en solitario, «The Wave»: “Hay algo de milagro en todo esto, porque mi vida se había convertido en un completo desastre, estuve a punto de perderlo todo y hasta de morir. Tras un enorme desfase de drogas de varios días, me dije: «Tengo que cambiar, tengo que hacer algo». Afortunadamente, por la mañana, esta vez, seguía pensando igual. Estaba exhausto tras tantos años viviendo así… Probablemente el deseo de ser cantante fuese ya una forma de autodefensa. Yo era un tipo agradable y educado, como tú dices, pero por dentro no me sentía así. Me sentía triste, ansioso y temeroso del mundo. No sabía quién era. Lo que se veía por fuera no era yo... Ahora me siento muy diferente. He cambiado como persona, algo que es muy difícil… Yo creo que sí tenemos posibilidades de elegir. Si hubiese seguido siendo como era, tomando drogas, medicándome a mí mismo, estaría arruinado o muerto. Me vi forzado a cambiar como persona. Mi vida es ahora tan buena… ¡Tengo tanto por lo que vivir después de estar casi muerto! Aprecio la vida más que nunca antes. Aquello fue algo horrible de experimentar, pero también puede tener una parte útil si logras superarlo. Cada día me levanto con energía, con apetito por ver qué puedo hacer hoy. Realmente tuve mucha suerte al sobrevivir”.
En el disco sonríe una niña rubia, de dos años: “Es mi hija. El álbum realmente cuenta una historia, un viaje de la oscuridad a la luz, y yo quise que cada canción se reflejase en una foto. Trabajé con un fotógrafo muy veterano, que lo hizo. En el caso de la de mi hija, quería contarle mi visión de la vida, que hay momentos brillantes, pero también otros de mierda. No quería contarle que la realidad es solo azúcar, como hacen muchos padres, quería que supiese que también existe la resaca. Pero en esa canción hay algo más. En el primer año de su vida yo realmente no estaba. No era un buen padre para ella, andaba fuera y con mi adicción. Ahora soy mejor y le he hecho una promesa: «Siempre estaré ahí si me necesitas». Hoy puede confiar en mí por completo. Para mí es importantísimo poder decir algo así”.

martes, 11 de octubre de 2016

Macaca Fuscata.

O, lo que es lo mismo, pero en lenguaje inteligible, Macaco de cara oscura. Vive, además de otros lugares del Japón, en un amplio paraje de montaña en la localidad de Jikogudani (Valle del Infierno), cerca de la ciudad de Nagano, al norte de la isla de Honshû, la más grande de las islas del Japón. Allí el  invierno es muy crudo y para defenderse de la crudeza están dotados de un pelaje tupido y largo. Pero las partes no cubiertas están recorridas por un sistema de riego sanguíneo muy intenso que se manifiesta especialmente en la cara. Y de ahí el nombre de fuscata, en Latín oscurecido o algo parecido.
Se defienden, además, sumergiéndose en las aguas calientes de las pozas de aguas termales, donde se lo pasan muy bien, calentándose, desparasitándose y riéndose con una cara muy seria de los turistas que los visitan y admiran y a los que no hacen caso.
Tienen un estilo de vida familiar intensa en la que cuidan de modo especial a la última cría habida en la pareja. Y se abrazan para resguardarse del frío poniéndose muy juntos y colocando al último llegado a la familia, calentito, en el centro.
Los japoneses los llaman con orgullo Nihonzaru, Mono del Japón (el nombre de Japón para los japoneses es Nippon o Nihon y ya has intuido que saru es mono). Porque esta familia de monos solo se da en Japón y si hay alguno fuera (por ejemplo en Laredo, Texas, Estados Unidos) es que se lo han llevado de aquí.
Moraleja: ¿Nos queda algo que aprender de estos amigos nuestros? Subrayo lo ya apuntado: la fidelidad en la “familia” y el mimo en la “educación” de los hijos. En ellos y en nosotros es instintivo, pero en nosotros es, además, inteligente. Nos necesitamos, nos necesitamos siempre. Pero la necesidad que sentimos debe brotar, no de la costumbre y ni siquiera sólo del deber, sino del amor que debe alimentarse sabiamente y de un modo constante y creciente. 

lunes, 2 de marzo de 2015

Más libros.

Prometida la prosa después de los versos, y después de un proverbio indio, he aquí algunas líneas de dos escritores, discutidos y discutidores, que, a pesar de que su pensamiento no sea pensamiento nuestro, nos dicen cosas sobre los libros que, sin duda, nos pueden hacer pensar en lo que son los libros en la vida y en la obra de los que escriben y de los que leen. Y pueden ayudarnos a apreciarlos, a comprarlos, a leerlos. Siempre que sean, naturalmente, alimento sano y sanador. 
Proverbio indio: “Un libro abierto es un cerebro que habla; olvidado, un alma que perdona; destruido, un  corazón que llora”.

Ahmed Salman Rushdie, indio de nacimiento (Bombay, 19.6.1947)  y de nacionalidad británica, escribía: En casa, cuando a alguien se le caía un libro, no sólo debía recogerlo, sino besarlo en señal de desagravio. Como en mi niñez todo se me caía de las manos, llegué a besar muchísimos libros.
Todas las familias devotas de la India conservan la costumbre de besar los libros sagrados, pero nosotros besábamos los diccionarios, los atlas, las novelas y hasta los tebeos de Supermán. Si alguna vez se me hubiese caído la guía telefónica seguram. habría hecho lo mismo.
Eso fue antes de que besara a una chica. Porque el día en que lo hice, besar libros perdió algo de su encanto para mí. Con todo, uno nunca olvida su primer amor”.
Jean-Paul Sartre, filósofo y escritor francés (1905-1980), que vivió una infancia afectivamente atormentada, recordaba: “No sabía leer aún y ya reverenciaba aquellas piedras erguidas: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en los estantes de la biblioteca o noblemente esparcidas formando avenidas de menhires. Sentía que la prosperidad de nuestra familia dependía de ellas. Yo retozaba en un santuario minúsculo, rodeado de monumentos pesados, antiguos, que me habían visto nacer, que habían de verme morir y cuya permanencia me garantizaba un porvenir tan tranquilo como el pasado... los libros fueron mis pájaros y mis nidos, mis animales domésticos, mi establo y mi campo”.

martes, 9 de abril de 2013

Pterosaurio.



¿Te gustaría que un pajarraco de los antiguos habitantes de la tierra llevase tu nombre? Pues ese, cuya imagen más o menos reconstruida aquí vemos, se llama Vectidraco daisymorrisae porque lo descubrió una niña inglesa de 5 años, que se llama Daisy Morris, hace ahora otros cinco en la isla de Wight. El nombre que le han puesto a este pterosaurio, es decir, lagarto alado, lleva el de la isla, Vectis, como la llamó el general romano Vespasiano, vaya usted  a saber por qué, que la ocupó, y el de su descubridora.    
Era mucho más pequeño que el más grande de los de su especie, el Quetzalcóatl, “serpiente emplumada”, que era el nombre en lengua náhuatl, que le dieron los estudiosos en recuerdo del dios más poderoso. Porque este animal medía como mucho unos 75 centímetros de apertura alar y el “mexicano” nada menos que diez metros. 
La niña estaba con sus padres en “La Isla” (¡la del Festival!), como la llaman los ingleses, en el verano de 2008. Y entre las arenas observó la presencia de algo raro. Se trataba de los restos fosilizados de un ejemplar de la que, más tarde, el paelontólogo Martin Simpson definió como una especie de pterosaurio desconocida.
Y con esto se acabó la paleontología ornitológica. 
Pero no la reflexión. Que puede ir por senderos de educación. Y precisamenre de la que supone la observación en los niños aún pequeños, la inquietud por conocer cosas nuevas, la satisfacción por haber descubierto algo desconocido, por crear instrumentos de juego o de trabajo, por dar con palabras que se parecen a otras y que significan algo determinado.
La rutina del aprendizaje, la repetición de datos, fechas, hechos y personajes, ejercitan si acaso la memoria y fomentan el aburrimiento. Proponer, en cambio, tanto en la escuela como en la casa, la búsqueda de algo que sea fruto de ese ejercicio, y acompañarlos en ella abre un horizonte nunca sospechado de inquietud, trabajo, iniciativa, investigación. Y vale la pena.