martes, 3 de noviembre de 2015

Y con el mazo dando.

Como sin duda sabes, sabio lector, los obeliscos son hijos de Egipto. Pero el nombre que hoy usamos para hablar de ellos, no. Es griego. Los griegos tenían en su admirable Grecia el obelós, es decir, el asador. Y cuando fueron a Egipto a alimentarse de ciencia y sabiduría quedaron asombrados ante esos monumentos a los que dieron el nombre de obeliscós, es decir, asadorcitos, “pinchitos” en jerga moderna. (Los griegos, además de sabios, eran alegres e irónicos: Obelix vino más tarde).
Parece que en el mundo hay unos cuantos obeliscos egipcios fuera de Egipto. Por ejemplo, ocho en Roma (Roma tiene, además, otros tantos hechos en Italia), tres más en esa península y hay otros ocho en varios lugares del mundo.
Asuán (Sienet antiguamente), en el Sur del Egipto antiguo, era la patria de los obeliscos y de muchas de las piedras (de granito sienita) usadas en monumentos y pirámides. El obelisco que preside estas líneas desde Asuán, es, desde hace siglos, símbolo y lección. A mí se me ocurren estos y estas. Tú serás más fecundo.
Símbolo de la perennidad de lo noble. Aunque yace y parece que no habla, ahí está para decirnos todo lo que su permanencia dicte a tu sensibilidad. No espera ya que lo acaben para elevarlo y trasladarlo desde su cuna a algún lugar suntuoso. No vale. Se rajó y en su cabeza partida no hay dignidad para erguirse como sus hermanos, los que ya apuntan hacia las estrellas. Pero, antes de que un leve temblor de rocas lo rajase, dándolo por perdido, hubo una legión de especialistas en darle, golpe a golpe, enérgica, pero suave y constantemente, la forma que le habría hecho grande y sagrado. Ya no sueña con levantarse. Pero los turistas que lo visitan y suben, como ves en la foto, hasta su noble costado, piensan con él y como él en su frustrada historia. 
Y hasta alguno piensa en el camino paralelo de la educación, en el inútil esfuerzo por hacer de un niño, de un joven un hombre hecho y derecho. ¿Por qué de una materia viva como es esa promesa infantil y juvenil no florece siempre y se convierte en fruto maduro el que tanto podía haber logrado? ¿Lo malograron sus padres? ¿Naufragó él entre ilusiones, distracciones, debilidades, cobardías, concesiones al agrado? ¿Hay alguna obra de arte en la que la tenacidad del maestro, la docilidad del discípulo, la mutua colaboración no hayan exigido constancia, tenacidad, pincelada tras pincelada, correcciones, golpes de gubia, de azuela, lima o punzón?

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