lunes, 26 de enero de 2015

Es mejor dar que recibir.

Pablo de Tarso, aquel coloso de la fe en Cristo del que predicó, al que defendió y por el que murió, en su último y tercer viaje por Asia Menor y Grecia que relata su fiel compañero Lucas, llegó a Mileto. Antes de zarpar para estar en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés, quiso ver una vez más a los ancianos de Éfeso y los convocó allí, en Mileto, a unos 40 kilómetros. Tuvo con ellos un encuentro lleno de afecto y pena porque ya no los vería más. Al final de las palabras que les dirigió les dijo: “Hay que acoger a los débiles recordando el dicho del Señor Jesús: más vale dar que recibir”.
Esta preciosa convicción fue lo que movió a los santos a dar y a darse. Y estando cerca de la fiesta de Don Bosco es bueno recordar que ese fue el punto de partida de la entrega de Don Bosco a sus muchachos. Me refiero brevemente a tres anécdotas que figuran entre los muchos gestos de su vida.          
Estando ya muy mal de salud, su joven secretario Carlos Viglietti, que le atendía y que escribió una crónica de la vida del santo en los tres últimos años, consignó lo siguiente: “8 de enero de 1888 (Don Bosco moriría  23 días más tarde, el 31): Esta noche me ha dicho Don Bosco que «Don Bosco gastó hasta el último céntimo antes de su enfermedad, se quedó sin dinero durante su enfermedad y sus huérfanos siguieron pidiendo pan antes y después; por eso el que quiera hacer caridad que la haga, porque Don Bosco no podrá ya ni ir ni volver»”. 
A cuántas puertas llamó Don Bosco y cuántas invitaciones a comer aceptó con la condición de que le diesen una limosna para el pan de sus hijos. Después de una de estas comidas y de haber recibido la generosa ayuda que quisieron darle, Don Bosco empezó a meter en su bolso la vajilla de plata que vio en el aparador. - ¡Don Bosco!, ¿qué hace usted? – Me la llevo. – Pero si es una herencia de mis abuelos que apreciamos mucho…  - Se la vendo. - ¿Cómo?  - Sí, usted puede comprármela.
– Pero… ¿cuánto quiere por ella? – Mil liras, respondió Don Bosco que la fue sacando de su bolso y que recibió las mil liras del amigo generoso.
Salía, acompañado por un salesiano, de la visita a una señora muy pudiente. Y ya en la calle le preguntó el joven salesiano: - ¿Por qué, después de haber recibido una buena cantidad de la señora le pidió usted más? – Para hacerle un favor. Es muy rica y si no da bastante de lo mucho que tiene no se salvará.
Conocer a los santos nos ayuda a serlo también nosotros. Y si la palabra del Señor Jesús es vida, es natural que, si queremos vivir de verdad, tengamos presente de un modo constante y generoso que es mejor dar que recibir

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