jueves, 7 de agosto de 2014

Tillandsia.

La selva de nombres de plantas y animales por la que hoy nos movemos se debe al gran sueco Carlos Linneo (siglo XVIII) que llamó a la rara planta que vemos arriba Tillandsia recurvata. Lo de recurvata se entiende apenas vista. Y su nombre (y el de otras 650 especies, más o menos, de hermanas y primas hermanas) fue el que les dio Linneo en honor de su connacional Elias Tillandz (1640-1693) que la descubrió por América Central.
Se llaman en general plantas azules y esta, en particular, clavel de aire. Y de ellas hablamos aceptando, de antemano, no faltaría más, las correcciones de los botánicos.
Son un caso en la vida vegetal: ni comen ni beben. Mejor dicho, comen y beben del aire. Son – dicen los entendidos - epifitas. Es decir, adheridas a los árboles. Pero no son parásitas (aunque tampoco les hacen bien a las plantas sobre las que viven), ya que es del aire de donde toman la humedad y el alimento que necesitan.
Hace algunas semanas escuchaba, con mucha atención e igual asombro, una conferencia de un sesudo y sensato japonés a un grupo de personas del centro de América. Me atrevo a resumirla.
El Japón y nuestra nación (la que le escuchaba) se diferencian en cosas fundamentales como estas dos que educan y producen ciudadanos de muy diversa índole: 1. Un niño japonés, desde que es capaz, hace todo lo que necesita hacer para su vida. Se le indica cómo debe hacerlo y se le deja que crezca en esa actitud de valerse por sí mismo en todo lo que puede. Aunque sufra, aunque se exija, aunque se equivoque, aunque sude, aunque… 2. Un niño japonés oye, desde que entiende lo que se le dice, que debe dar algo a los que le rodean: a sus hermanos, a los compañeros, a los amigos, a los ciudadanos, a la patria.  
Y seguía diciendo el sabio japonés: Decimos que educamos y deformamos; decimos que ayudamos y estorbamos; decimos que damos e impedimos que se esfuercen por obtener; decimos que facilitamos y provocamos la dependencia, la vagancia, la mediocridad.   
Un japonés no es un clavel de aire, pero se parece mucho. Tiene sus raíces apoyadas en su familia, pero crece en virtud de su apertura al aire que le rodea con la avidez necesaria para tomar de él lo que le hace ser él mismo. Y, además, al aprender a dar, rompe el feo uniforme de egocéntricos con el que se visten muchos de nuestros hijos, de nuestros jóvenes y… de nuestros adultos (¿yo mismo?).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.