miércoles, 27 de agosto de 2014

Monrovia.

Monrovia, como sabes, es la capital de Liberia. Se llama así en agradecimiento al Presidente de los Estados Unidos de América James Monroe quien, por medio de la Sociedad Americana de Colonización, dejó en manos de un grupo de esclavos negros “americanos” la nueva nación, Liberia, hace casi dos siglos.
Bueno, pues en Monrovia – según nos comunican - cinco jóvenes, cristianos y musulmanes, han fundado un grupo singular, “Dominic Savio & Don Bosco”, para ayudar a prevenir el contagio del Ébola. Seguramente Josaphat y sus cuatro amigos no saben tanto como nosotros, por todo lo que hemos visto y oído estas últimas semanas sobre la enfermedad. Pero están al lado de ella y saben muy bien que hace dos siglos, más o menos, Don Bosco y sus muchachos se emplearon a fondo para atender a algunas de las muchas víctimas del cólera en Turín: “Creo que lo que Don Bosco hizo en su tiempo durante la epidemia del cólera puede hacerlo también hoy por medio de nosotros”.
Convencieron a uno que tenía un coche a que los llevase a una aldea a tres horas y media de la capital donde toda una familia de seis miembros había muerto víctima del virus. Pagaron bien y en esa zona, donde no hay electricidad ni televisión y donde nadie se atreve a internarse, tratan de hacer conocer las instrucciones del Ministerio de Sanidad, es decir, la forma de vivir para evitar el contagio.
Además de repartir octavillas y dar explicaciones en los mercados locales, distribuyen, casa por casa, guantes, sudaderas de manga larga y desinfectante a base de cloro, para reducir las posibilidades de contacto y contagio. Especialmente en las casas donde hay algún enfermo o fallecido, para evitar que las prácticas tradicionales se conviertan en una trampa para la salud.
Para adquirir desinfectantes, guantes, suéteres, transporte y todo lo necesario, Josaphat y sus muchachos hacen como Don Bosco: llaman a la puerta del que tiene algo que no usa y van a la capital para encontrar ayuda para la periferia rural. La información, la prevención y la apertura del corazón siguen siendo los modos de trabajar.

A Josaphat se la ha invitado a que sea prudente: el tanto por ciento más alto de víctimas está precisamente entre los que cuidan a los enfermos. Alguno le ha aconsejado que lo deje. “Me parece que es una estafa a Dios. Aunque fuese este el único acto que hago en toda mi vida, sería feliz si lo llevo a término. Es Dios quien me ha dado vida y salud. Debo usarlas para servir”.

viernes, 22 de agosto de 2014

Ojo por ojo! (o por menos).

Conocemos todos ese código instintivo de justicia que se llama tradicionalmente “del talión”, con el que decidimos rápidamente que se haga “tal para cual” o, mejor, “tal por tal”. Solemos resumirlo o aclararlo vulgarmente (pero con el riesgo de que nos lo apliquen; y en ese caso no nos quedará tan claro si nos quedamos con un solo ojo) estableciendo: “Ojo por ojo…”.
Ur-Nammu, el conocido rey de Ur, hacia el año 2050 con su código; o Eshnunna con el suyo un poco después, 1930; o Lipit-Ishtar, de Isín, en 1870 (con su precepto “Si un esclavo abofetea al hijo de un hombre libre: se le corta una oreja”) y el archiconocido Hammurabi de Babilonia en 1760 (todos aC) así lo entendieron. (Si el lector no tiene un próximo viaje al Louvre para estudiar y leer su estela directamente, puede hacerlo con un poco en la foto de arriba). 
Como según los estudiosos la palabra venganza encierra en su origen indoeuropeo los conceptos de fuerza y de dedo, el código del talión, es decir, de la venganza, supone siempre señalar con un dedo acusador y ejercer la violencia sobre el que ha faltado.
Criticamos con mucha frecuencia el sistema de castigos que emplea la sociedad con los delincuentes. Nos parece que el que ha faltado es un pobrecito que merece, no solo compasión, sino hasta perdón por parte del juez, del ofendido, de la sociedad… Pero no tenemos en cuenta que los primeros que aplicamos esa vieja ley somos nosotros cuando nos rozan las fibras de nuestro abrigo. Y no nos contentamos con hacer nosotros lo mismo, que sería una respuesta talionana. No. Quedamos mortificados, calificamos de sucio (con palabras más gordas que esa) al que nos toca, lo excluimos de la lista de los que pueden andar libres por la calle, formar parte de los ciudadanos normales.
¿De dónde nace esa actitud? ¿Es innata, instintiva, es la forma de ladrar o de morder al perro que nos ha ladrado o nos ha enseñado los dientes?

A lo mejor, sí. Pero no somos responsables si no nos esforzamos por construir una familia, un grupo de personas, una sociedad que dé el peso justo a la posible ofensa y al obligado desquite. Los padres, las madres, los educadores tenemos que echar como cimiento de la obligada convivencia una seria carga de serenidad, sensatez, equilibrio, dominio de sí, desapasionamiento que permita ayudar al que yerra a que corrija su tiro y aporte al equipo en el que juega, acierto en su disposición para convivir.

domingo, 17 de agosto de 2014

Un gigante.

Este gigante de la foto se llama Yakouba Sawadogo al que seguramente conoces por los periódicos. Por ellos sabes que en 1974 se propuso frenar el avance del desierto en su región de Gourga, en Burkina Faso. Ha recuperado en cuarenta años tres millones de hectáreas en ocho países del Sahel. Y ahora se pueden cultivar, habiendo olvidado que eran un desierto. El Sahel (que significa “borde”) es un cinturón de 5.400 km desde el Atlántico hasta el Mar Rojo. Está al sur del desierto del Sahara y tiene una anchura variable entre varios centenares y mil kilómetros. Y cubre una superficie de más de tres millones de kilómetros cuadrados.
Empleó los métodos tradicionales de la agricultura llamada “ZaÏ” puesta al día: en hoyos de unos veinte centímetros depositaba la semilla que interesaba con estiércol y compost. Las lluvias completaban la obra. 
Le salió bien y obtuvo “cosechas” dobles y hasta cuatro veces mayores. Añadió árboles que ayudaban a mantener la humedad del suelo. Y se dedicó a recorrer largas distancias en su moto para convencer a todos los agricultores de la nación que pudo, el resultado de su empeño. 
Se hicieron algunos documentales con su propuesta y dio en 2013 conferencias en 29 aldeas sobre el “ZaÏ”. Y una nueva iniciativa, organizada junto con Ashley Norton y Naaba Ligdi, llevará esta enseñanza, antes de las lluvias de 2014, en doce clases magistrales para cuatro estudiantes, a jóvenes agricultores de la región Yatenga que quieran luchar como él lo ha hecho.
¿Nos hemos medido, de verdad, alguna vez? ¿Qué nos falta para dar talla de gigante? ¿O, al menos, de aprendiz de gigante? ¿Qué medida es la que queremos para nuestros hijos, para los niños, los adolecentes, los jóvenes que crecen (o deben crecer) a nuestra sombra? Porque en un análisis que debemos hacer, continua y valientemente, debemos ver si nuestra sombra es la de una generosa entrega que estimule la entrega de nuestros educandos o es un paraguas de pura protección que les impide salir de sí mismos, lanzarse fuera de las propias y pobres bardas y aprender que sólo pensando en los demás, viviendo para los demás, yendo hacia los demás, queriendo a los demás… podremos ver una cosecha que detenga el desierto del egoísmo que parece invadir el mundo de hoy, tan estéril de amor en tantos gestos, tantas propuestas, tantos oscuros “saheles” de muerte.

martes, 12 de agosto de 2014

A ello.


1.    NO LO VOY A HACER. No tengo ganas. ¡Que no quiero, vamos!
2.    NO PUEDO HACERLO. ¿Qué me pasa? Voy a pensar en ello
3.    QUIERO HACERLO.  Necesito ser más, valer más.
4.    ¿CÓMO SE HACE? Voy a investigarlo.
5.    TRATARÉ DE HACERLO.
6.    PUEDO HACERLO.
7.    LO VOY A HACER.
8.    ¡LO HICE!

Basta con leer, creo yo, lo que dice y lo que hace el muñequito trazado, torpe pero expresivamente, de izquierda a derecha y de arriba abajo, para darnos cuenta de que es un retrato de una postura o de un proceso de raquitismo o de crecimiento.
Por desgracia es para algunos una postura vital: no tener ganas, no hacer nada, no esforzarse, no estudiar, no acometer una acción, no emprender un camino, no proponerse subir, no seguir subiendo, no subir siempre… Lo  vemos en muchos que dicen,  por ejemplo: “Nadie me echa una mano”, “Estamos en crisis”, “Más tarde”, “Ya veré”, “A ver si…”. Son “justificaciones” más frecuentes de lo que suponemos. Que nacen en una familia, en una comunidad, en una sociedad en la que no se enseña a esforzarse, a sufrir, a buscar, a trabajar, a ingeniarse, a superar, a ser uno mismo. El alivio, el bienestar, la debilidad de los responsables de educar, el subsidio, el “derecho”, la “libertad”… son las muletas de los que se deciden a ser cojos toda la vida. Y a pasear su cojera pidiendo compasión y cargando el peso de su cojera sobre cualquiera que les haga caso o no en su casa, en el grupo de familiares, de amigos, de compañeros de estudio y trabajo (¿estudio?, ¿trabajo?), de la sociedad.  
Decía alguien (no recuerdo quién, pero decía bien): «No digas nunca “No puedo”. Ponte a ello. ¡Hazlo!». Y otro: «Todo es posible para el que cree en sí mismo».
Y el gran Alexander von Humboldt (1769-1859), que recorrió todo el mundo investigando a fondo sus tesoros naturales: «Cuando no se quiere lo imposible, no se quiere».
Bastante más tarde, pero con la misma convicción, decía algo parecido Georges Clemenceau (1841-1929): «Solo triunfan los que se atreven a atreverse».

jueves, 7 de agosto de 2014

Tillandsia.

La selva de nombres de plantas y animales por la que hoy nos movemos se debe al gran sueco Carlos Linneo (siglo XVIII) que llamó a la rara planta que vemos arriba Tillandsia recurvata. Lo de recurvata se entiende apenas vista. Y su nombre (y el de otras 650 especies, más o menos, de hermanas y primas hermanas) fue el que les dio Linneo en honor de su connacional Elias Tillandz (1640-1693) que la descubrió por América Central.
Se llaman en general plantas azules y esta, en particular, clavel de aire. Y de ellas hablamos aceptando, de antemano, no faltaría más, las correcciones de los botánicos.
Son un caso en la vida vegetal: ni comen ni beben. Mejor dicho, comen y beben del aire. Son – dicen los entendidos - epifitas. Es decir, adheridas a los árboles. Pero no son parásitas (aunque tampoco les hacen bien a las plantas sobre las que viven), ya que es del aire de donde toman la humedad y el alimento que necesitan.
Hace algunas semanas escuchaba, con mucha atención e igual asombro, una conferencia de un sesudo y sensato japonés a un grupo de personas del centro de América. Me atrevo a resumirla.
El Japón y nuestra nación (la que le escuchaba) se diferencian en cosas fundamentales como estas dos que educan y producen ciudadanos de muy diversa índole: 1. Un niño japonés, desde que es capaz, hace todo lo que necesita hacer para su vida. Se le indica cómo debe hacerlo y se le deja que crezca en esa actitud de valerse por sí mismo en todo lo que puede. Aunque sufra, aunque se exija, aunque se equivoque, aunque sude, aunque… 2. Un niño japonés oye, desde que entiende lo que se le dice, que debe dar algo a los que le rodean: a sus hermanos, a los compañeros, a los amigos, a los ciudadanos, a la patria.  
Y seguía diciendo el sabio japonés: Decimos que educamos y deformamos; decimos que ayudamos y estorbamos; decimos que damos e impedimos que se esfuercen por obtener; decimos que facilitamos y provocamos la dependencia, la vagancia, la mediocridad.   
Un japonés no es un clavel de aire, pero se parece mucho. Tiene sus raíces apoyadas en su familia, pero crece en virtud de su apertura al aire que le rodea con la avidez necesaria para tomar de él lo que le hace ser él mismo. Y, además, al aprender a dar, rompe el feo uniforme de egocéntricos con el que se visten muchos de nuestros hijos, de nuestros jóvenes y… de nuestros adultos (¿yo mismo?).

sábado, 2 de agosto de 2014

Voluntariado.

Desde el 20 de Julio hasta el 2 de Agosto 32 voluntarios, jóvenes y animadores salesianos procedentes de Seúl (Corea), están prestando un servicio de voluntariado de verano en Darkhan, Mongolia.
No son los de la foto. Los de la foto son los que dieron la bienvenida al padre Carlos Villegas, filipino, jefe de la primera comunidad salesiana formada por los seis salesianos que en 2001 acudieron a la llamada del Nuncio Apostólico de Mongolia a los salesianos de Corea del Sur. Procedían de Vietnam, Corea del Sur, Eslovaquia y Filipinas
«La primera presencia salesiana que se erigió - leemos en las noticias sobre las dos obras actuales - fue una escuela técnica superior reconocida por el Gobierno. Empezó en 2001 con 30 estudiantes y en la actualidad atiende a unos 300 cada año en 5 áreas técnicas: mecánica automotriz, confección, servicios de secretariado, soldadura y albañilería, cursos todos que incluyen el estudio de informática. La segunda tarea emprendida fue un orfanato para 20 niños. En estos centros, respetando la legislación de Mongolia, los Salesianos nunca han enseñado religión.
En 2005, en Darkhan, a unos 220 kilómetros al norte de la capital, se erigió la segunda presencia, por primera vez como un centro juvenil, que se convirtió en 2007 en una parroquia dedicada a María Auxiliadora. Desde 2009 a la estructura se añadió una pequeña granja». 
Volvamos a los componentes del grupo de voluntariado. En el verano alternan su presencia entre Mongolia y la China del Norte. En invierno lo hacen en el Este de Asia, como Papua Nueva Guinea o Camboya. Ambos servicios los prestan durante dos semanas en tiempo de vacaciones.
El “jefe” del grupo de voluntarios, don Chang les decía a los expedicionarios, en la Misa con la que comenzaron su servicio: 1. que el programa tiene como finalidad compartir que es ya en sí mismo un valor; 2. que todas las actividades se realizan dentro de un definido plan de misión; 3. que esa misión consiste en intercambiar vida,  medios materiales, tiempo, esperanza y sueños. Y esperan que ellos se sientan animados a vivir las mismas actitudes aprendiendo a compartir.
Como unas Buenas Noches no son sino una invitación a pensar, asimilar y vivir, parece que en lo escrito hasta aquí es más que suficiente para pensar seriamente, para remover nuestro corazón, un poco cerrado en sí mismo y para despertar en nosotros proyectos que nos lancen a tener en cuenta al que nos necesita.