viernes, 13 de junio de 2014

Velar se debe...

Cuenta la Historia (y no hay por qué no creerla) que en su lejanía de casi nueve siglos, y cuando los reyes de Castilla (el toledano Sancho III El Deseado y su hijo Alfonso VIII el de Las Navas) luchaban contra el Invasor, recibieron ayuda de dos hermanos caballeros franceses que se asentaron en nuestras tierras. Uno de ellos, llamado Diego, encontró acomodo para su descanso en el valle de Soba, hoy en Cantabria, y en Castresana de Losa, de las Merindades, echó raíces. Y sigue contando la Historia que se le dio tan bien achicar la presencia de las muchas zorras presentes en la región, que se ganó el apellido de Çorrilla o Zorrilla que heredarían sus descendientes. Y que alguno de estos, por otra parte, orló el escudo familiar con el mote VELAR SE DEBE LA VIDA DE TAL SUERTE QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE.
Mucho más tarde el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, nacido en 1855 e hijo del español Juan Manuel Zorrilla de San Martín, fue conocido por sus servicios a su patria y por su abundante y apreciada obra literaria. Y uno de sus hijos, José Luis, escultor, al arreglar en 1921 la casa familiar en el barrio de Punta Carretas, de Montevideo, quiso que sobre la chimenea del comedor figurase también el escudo de los Zorrilla de San Martín, naturalmente con el lema VELAR SE DEBE LA VIDA DE TAL SUERTE QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE.
¿A que nos suena bien? ¡Cuántas veces lo hemos repetido! ¡Y cuántas ha reforzado nuestra convicción de que vale la pena hacerlo realidad! No se trata solo de que se nos recuerde. Ni solo de que nuestra vida se viva con tal dignidad que nadie pueda nunca tacharla de vil. La vida queda viva en la muerte cuando hemos sembrado bien: cuando fuimos exigentes al escoger la semilla, cuando elegimos con tiento y responsabilidad la tierra en la que sabíamos que habría de brotar vigorosa; cuando la cuidamos con fortaleza y ternura para que sus frutos fuesen sanos, generosos, excelentes, nobles, fecundos…
Esa es la condición para que nuestro paso por esta vida responda al propósito de quien sabe que ningún acto de amor queda malogrado.  

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